A nadie se le escapa que la arquitectura no es perenne. Por ejemplo, si abandonamos nuestra vivienda durante más de 100 años, ni que decir tiene, de cómo la vamos a encontrar después de todo este tiempo. Aquello que habíamos construido y realizado con ilusión, esfuerzo y dinero, habrá desaparecido. Seguramente se desvanecerá la ilusión y por descontado veremos cómo el tiempo ha causado estragos. Cien años son muchos años y también para un edificio. El paso del tiempo no perdona y por regla general acostumbra a ser cruel. El mantenimiento de todo lo que nos rodea siempre se hace necesario si lo que queremos es conservarlo para poder disfrutarlo durante años.  Si no, como es el caso del Hivernacle de Barcelona nos podemos encontrar con un edificio deteriorado y abandonado. Una obra del arquitecto Josep Amargós i Samaranch, realizado en el año 1884 para la Exposición Universal de 1888 en el parque de la Ciutadella, y declarado como Bien de Interés Local desde el año 2000.

Un edificio proyectado primeramente por el arquitecto Josep Fontseré, y que acabó diseñando finalmente Amargós, con una superficie aproximada de 950 metros cuadrados. Una edificación de estructura metálica con las fachadas de vidrio que permiten dejar entrar la luz. La estructura forma tres naves, de las cuales la central tiene mayor altura permitiendo aún una mayor entrada de luz natural. Una construcción con un diseño acorde con las nuevas tendencias de la época de la llamada arquitectura de hierro y cristal. Un estilo arquitectónico propio que surgió en la Revolución Industrial y que contribuyó para construir estaciones ferroviarias, mercados y pabellones como es este caso. El hierro y el vidrio predominaban y marcaban la estética de la modernidad tecnológica emergente. Es de destacar los detalles que reproducen elementos helenísticos de hierro conjuntamente con elementos decorativos de estilo modernista, que se encuentran en estado lamentable. A su lado se encuentra el Umbráculo, un edificio construido para la misma Exposición Universal, diseñado también por Josep Amargós i Samaranch, con una cubierta de formas onduladas de madera, y de gran belleza formal. También en estado de abandono.

El Hivernacle es un edificio roto por el tiempo y al borde de la ruina. Una primera reflexión nos hace pensar sobre cómo se tiene que interpretar la ciudad, si nuestro patrimonio arquitectónico y cultural se hunde en la dejadez. Un edificio que en su día se construyó con fondos públicos, y solo por eso, tenemos la responsabilidad de demandar un estado de conservación digno. Y este no es el caso en la actualidad. La ciudad y su patrimonio son de la ciudadanía, porque a fin de cuentas ésta es la última propietaria. El edificio clama por un mantenimiento que no puede esperar porque se encuentra en un estado deplorable. Máxime si pensamos que años atrás contribuyó a la imagen de la capital catalana formando parte de un conjunto arquitectónico de la categoría de la Exposición de 1888.

En el 2008 se realizó una pequeña rehabilitación que no fue del todo suficiente. El Ayuntamiento se comprometió, en el año 2015, a acometer la restauración de los cierres y vidrieras. Una rehabilitación que fracasó por el concurso de acreedores de la empresa constructora, motivo por el cual permanece deteriorándose hasta nuestros días, y sin una fecha prevista para finalizar la restauración. Mientras tanto claro está, el hierro sigue oxidándose y, conjuntamente con los vidrios rotos y las fachadas despintadas, dan una imagen patética de lo que fue un edificio que dio grandeza a una Barcelona próspera y moderna.

Una reforma que se hace necesaria y que conlleve un nuevo uso como se ha hecho con otros edificios de la ciudad, será la mejor manera de conservarlo y, consecuentemente, que pueda sobrevivir con el paso del tiempo. En este aspecto, los vecinos y la ciudadanía lo agradecerán y sobre todo tendrán mucho que decir al respecto.  En definitiva, un proceso que está a años luz de lo que estamos viendo, y no tan solo por la degradación de la edificación, sino también por la inseguridad, la suciedad y los posibles inquilinos no deseados que se albergan de forma sistemática. Si no sabemos dar un nuevo uso actual y acorde a las necesidades de los ciudadanos que permita un mantenimiento eficiente, vamos a hacer un flaco favor a unas arquitecturas que dieron y darán esplendor a una ciudad como Barcelona.