Cerradas las fiestas navideñas toca de nuevo ponerse las pilas porque el año que se avecina puede ser de todo menos sencillo. Esta columna suele ser crítica con la alcaldesa Colau, pero siempre es una crítica política, nunca personal. Lo digo porque me parecen lamentables, asquerosos, los insultos -eso no son críticas- que ha recibido Ada Colau por estar gorda, cuando la realidad era una hernia. ¿Es que ahora vamos a criticar a nuestros representantes por su imagen? Se cae muy bajo si se recurre a la inmundicia en la política. Cuando se tira de vilipendio es que pocos argumentos se poseen.

Dicho esto, que es de justicia decirlo, espero una pronta recuperación de la alcaldesa porque los problemas se acumulan. El año, políticamente, no es fácil, pero Barcelona tiene una oportunidad para recuperar el tiempo perdido. El primer reto, no baladí, es la posible huelga del taxi durante el Mobile. Tenemos reuniones en puertas por las andanadas de Tito Álvarez, que fracasó estrepitosamente en la pasada huelga y que ha vuelto a las andadas intentando recuperar el protagonismo que tuvo, gracias en buena parte al apoyo implícito de Colau. Una huelga durante estas fechas no sólo podría poner al Mobile en la picota, sino que sería un valor añadido muy negativo a la imagen de la ciudad, deteriorada sensiblemente por los conflictos tras la sentencia. Rosa Alarcón, la concejala de Movilidad, centra todas las miradas para solventar el enésimo conflicto. Está bregada en este tipo de problemas y, a priori, es una garantía de solución. Veremos.

Y hablando de sentencia, me pregunto hasta cuando los “cortadores de la Meridiana” tendrán patente de corso para hacer imposible la normalidad en la ciudad.

Este 2020 es clave para potenciar Barcelona como destino de congresos y ferias. Algunas bajas hemos tenido y otras están en puertas si nosotros mismos les damos la excusa poniéndonos palos en las ruedas. Nos jugamos mucho, y el Ayuntamiento no puede ponerse de perfil ni jugar a veleidades extremas. Tampoco en el turismo y en el sector de la hostelería y la restauración. La batalla de las terrazas, las moratorias, no son soluciones, sino parches que no abren puertas, sino que las cierran. Colau y sus comunes deben cambiar de chip. Las empresas no son el enemigo, son el aliado. Lo que tiene que hacer el consistorio es velar por el interés público, no convertirlo todo en público porque los recursos son escasos y lo público no es garantía de buen funcionamiento. Y a las pruebas me remito tras los fiascos de cementerios o energía. No abramos más frentes señora Colau. Regar con dinero público entidades que son el “brazo ejecutor” de sus tesis políticas no es el camino. El camino es la negociación y el acuerdo con las empresas para tener un mayor y mejor servicio. ¿Le suena esto de negociación y acuerdo que usted blande en otros ámbitos de la política?

Seguridad. Este es el tema más candente. Ciertamente, Albert Batlle ha bajado el suflé y las cosas funcionan mejor, pero no se puede volver a caer en el mutismo y en la indiferencia ante un problema que si no se actúa se enquistará. Queda mucho por hacer y no es tarea sólo de un concejal. La percepción de la ciudadanía aumenta, la mejor prueba la tenemos en el último barómetro, y no se puede esconder el gobierno municipal en un buenismo malentendido.

Y, si me permiten, un último apunte. ¿Cuál es el proyecto de ciudad para el futuro? ¿Cuál es el principal reto? El problema es que la respuesta es el encogerse de hombros. Este es el principal objetivo, encontrar un proyecto que “engresque” a los ciudadanos y a los partidos. Llevamos demasiado tiempo al albur de la decadencia. Si en 2020 este proyecto no nace, Barcelona seguirá por una senda anodina, que no es buena noticia para nadie, ni para el gobierno ni para la oposición.