Hace un año, tras las elecciones municipales, Barcelona era un polvorín. Colau había perdido las elecciones, pero una llamada de Miquel Iceta y Jaume Collboni propiciaron que la líder de los comunes repitiera en la alcaldía de la mano, nada más y nada menos, que de Manuel Valls. Ernest Maragall no pudo disimular su frustración y en Junts per Catalunya arremetían con virulencia contra lo que calificaron pacto contra natura.

Hoy, el consistorio tiene un gobierno que, a pesar de las críticas y las batallas partidistas, está manteniendo la estabilidad en una suerte de geometría variable que le permite consensos suficientes para gobernar. Ernest Maragall abandonó la pataleta y ejerció de partido de gobierno apoyando los presupuestos y dejando con el lirio en la mano a Elsa Artadi, que al final también los apoyó a cambio de unas migajas.

En la crisis del coronavirus se han tomado medidas. Algunas criticables, pero se tomaban medidas. La alcaldesa ha estado desaparecida en los temas más acuciantes, dejando el protagonismo a Jaume Collboni. El líder del PSC se ha salido bien, porque las regidorías gobernadas por los socialistas han funcionado, incluida la siempre compleja de Seguridad, que Albert Batlle ha pilotado con discreción, pero con efectividad. Ese protagonismo cedido por Colau no le ha lucido al PSC que al final se ha visto lastrado por acciones de Colau que han generado rechazo social como la “guerra contra el coche”, que ha dejado la circulación por el centro de Barcelona sólo apta para no cardiacos, en pleno anuncio de cierre de Nissan.

Colau no está haciendo una gestión memorable, y sigue sin explicarnos como ve a la Barcelona del futuro, pero su puesto no está en peligro. Los socialistas, de momento, se ponen de perfil en las polémicas de la alcaldesa y se dedican a gestionar sus responsabilidades. Más allá de alguna discusión, el pacto de gobierno funciona y funcionará porque no hay una alternativa. Maragall juega a esperar. Se ha postulado como partido de gobierno pero todavía quedan tres años y conviene no adelantarse. Algo así piensan en el PSC. Consolidar el gobierno hasta que toque marcar diferencias.

Manuel Valls ha jugado las mismas cartas que Maragall. Prudencia y no jugar a la bronca permanente como sucede en la política madrileña. Ha marcado distancias con Ciudadanos y socialistas, a la espera de cual será su próximo movimiento. La incógnita ahora es sí Valls optará por dar el salto a la política catalana. Hasta ahora, marca perfil. Entrevistas para hablar de política municipal sí, pero también de catalana, española y europea. En esta versatilidad de discurso, en el que Valls se encuentra cómodo, radica la incertidumbre. Mientras Valls se hace valer. Sus dos votos siguen siendo claves.

Ciudadanos se esfuerza en marcar perfil, pero la ausencia de un liderazgo consolidado, no da resultados de cara al futuro. Su labor de oposición, si bien es constante, no tiene la enjundia suficiente para colocarlos en el necesario protagonismo mediático. Por su parte el PP como partido ha dejado de existir en el consistorio, y Josep Bou es un verso suelto. Muy suelto.

Colau cumplirá un año de su gobierno el próximo mes. Es alcaldesa, gobierna y gobernará por la situación política en el municipio. La coalición de gobierno funciona. La oposición es tibia y no hay alternativa. Pero, ni proyecto de futuro ni una gran reseña en el mandato. Ha pasado sin pena ni gloria. Con más pena que gloria.