“Propiedad que tienen las cosas de no poder dividirse ni fragmentarse sin alterarse o destruirse”, es la definición de unidad. La unidad es el leif motiv del independentista radical que sólo contempla la unidad bajo sus planteamientos. Mejor dicho, el planteamiento único de república a costa de lo que sea. Si no se acepta, de forma más o menos sumisa, el planteamiento máximo, el discrepante es condenado al ostracismo y calificado de “vendido”, “traidor”, “botifler” y otras lindezas que se resumen en el último insulto patentado por los puristas: “colaboracionistas”.

Así, los acuerdos post-electorales provocaron un terremoto político. ERC y JxC fueron sometidos a presión, sobre todo a las redes, porque las manifestaciones convocadas por estos sectores ultra independentistas fueron un fiasco. Como fiasco fueron los resultados electorales de las “listas unitarias independentistas” en todos y cada uno de los municipios dónde se presentaron. Que los ciudadanos les hayan dado la espalda, no ha sido óbice para que traten de imponer en las redes y los despachos lo que no consiguieron en las urnas.

Elisenda Paluzie, la presidenta de la ANC, es la máxima responsable del lenguaje belicista y victimista que vuelve a aflorar en estos días llegando incluso a plantear la necesidad de “poner muertos sobre la mesa”, como se puede comprobar en los chats independentistas. Clama por la unidad bajo su bandera sin escuchar a los propios partidos independentistas y mucho menos escuchar a los no independentistas, que para ellos o no existen o son simplemente unos apestados que no tienen derecho a ser catalanes.

Paluzie ha convertido la política en su propio “todo o nada”. Se erige en la poseedora de la pureza, de la verdad. Agita la unidad no como punto de encuentro sino como elemento arrojadizo contra todo aquel que pone en cuestión su juicio. En la política y en la economía, lanzando una web xenófoba que discrimina a las empresas en función de su ideología y que fomenta un boicot “barriobajero” que deja al pairo a los trabajadores de estas empresas, sean o no independentistas. Con sus criterios, ¿los trabajadores independentistas de estas empresas deben boicotearlas, deben abandonarlas? Si no lo hacen, ¿son unos peligrosos colaboracionistas? ¿Qué intereses esconde su propuesta, por qué no se defienden las empresas por sus servicios, sino por sus ideas?

La Asamblea Nacional Catalana ya no es un movimiento transversal. Es el reducto de los irredentos, de los totalitarios, que quieren imponer su criterio como el único criterio, mentando en vano la unidad, y negando el protagonismo a aquellos partidos que, les guste o no, han logrado imponerse en las urnas. Y tienen esa legitimidad. Legitimidad que la ANC no tiene y donde lo ha intentado se ha estrellado con penosos resultados. Cabría preguntarse si la unidad de la que se llena la boca la ANC ha quedado fragmentada, alterada y destruida por aquellos que dicen defenderla, y todo porque el totalitarismo no les deja ver el bosque. Algunas posiciones políticas son irresponsables, pero los que las agitan deben asumir sus responsabilidades si se pasa de las palabras con pasamontañas en las redes a los hechos.