Le llaman AMLO, porque Andrés Manuel López Obrador es muy largo. Es el nuevo presidente de México, después de intentarlo no sé cuántas veces y no conseguirlo. Yo, de política mexicana, ni pum, pero oí hablar de él cuando unos chamanes comenzaron a darle unos pases mágicos y largarle un conjuro que alejase de su vera a los malos espíritus, el mal de ojo y otros inconvenientes imaginarios el día de su toma de posesión, el pasado agosto. Bueno, aquí hacen ayunos en Montserrat, amén, maldita la diferencia. Pero, acto seguido, AMLO y sus allegados se han mostrado partidarios de incluir la «medicina» tradicional en el sistema de salud pública, formada por hechiceros, homeópatas y cantamañanas diversos, lo que nos dice mucho de su gobierno.

El asunto del aeropuerto de Texcoco fue uno de los ejes de su campaña. Resulta que el aeropuerto internacional de Ciudad de México, AICM para los amigos, se quedó pequeño hace ya muchos años y era urgente un NAICM, que sería (¡sorpresa!) el nuevo aeropuerto internacional de Ciudad de México. Después de darle muchas vueltas, se escogió Texcoco, un terreno federal, para construir el NAICM. Pero AMLO no quería el NAICM en Texcoco, sino ampliar el actual aeropuerto, en el que ya no cabe un lápiz. Hubo mucho revuelo en campaña sobre este asunto y tan pronto AMLO llegó al poder organizó una consulta popular para decidir el futuro del aeropuerto.

Pese a votar no uno, sino cuatro días seguidos en todo el país, no votó ni el uno por ciento del censo. Pero AMLO anunció «un amplio apoyo popular» a su propuesta, claro que sí, y las enfermedades las causa el mal de ojo, que me lo dijo un chamán.

En menudo lío se ha metido. Se duda de la legalidad de la consulta y se sospecha que fue un pucherazo. La propuesta alternativa al NAICM de Texcoco ahora resulta que tiene un mayor impacto ambiental. Los técnicos de aviación afirman, además, que no es viable. Luego están los inversores, que quieren recuperar los miles de millones de dólares invertidos, pero el gobierno de México no sabe de dónde sacarlos. El prestigio de México en los mercados internacionales ha bajado en picado. Etcétera.

Estas cosas suelen ocurrir cuando se organizan consultas populares que son, en verdad, populistas, dicho sin ánimo de ofender, pero con cachondeo. No se libran ni los británicos, que ya ven cómo están por culpa del Brexit. En Cataluña, ni les cuento. Y Barcelona no iba a ser menos. Nos va el ruido, la jarana y las consultas. Será porque somos mediterráneos.

Cuando un gobierno insiste tanto en organizar una consulta popular es porque busca «un amplio apoyo popular» con el que acallar a cualquiera que le diga que no, en vez de buscar un acuerdo entre las partes, que es incapaz de promover o alcanzar. Me pregunto cómo de amplio tiene que ser ese apoyo popular en Barcelona. ¿Valdría un uno, un dos o un tres por ciento del censo? ¿Un diez? Eso sería un no da más, aunque con menos de un 20% del censo de Tortosa, el ayuntamiento (amarillo) optó por mantener en pie un monumento franquista y saltarse a la torera la Ley de la Memoria Histórica, otro ejemplo de lío en que nos podemos meter por andar jugando a las consultas.

Como se ha visto en el caso del aeropuerto de México y en el caso del Brexit, uno va a estas consultas sin saber dónde se mete. Cuando la señora Colau nos pregunta si queremos «remunicipalizar» el agua y cambiar el nombre de una plaza, como si ambas cosas fueran igual de triviales, hace trampas al solitario y nos engaña. Ojo, no vayamos a acabar como en Santa Fe, Argentina. Ahí les ha salido la broma por 200 millones de euros más intereses, a los que sumar los 350 millones que ya tuvo que pagar Argentina por la «remunicipalización» del suministro de agua en Buenos Aires, en 2015.

Me da que tendrá que pedir el auxilio de unos chamanes, para que le curen la metedura de pata que podría estar a punto de cometer. O para que nos libren de ella.