Si la semana pasada les hablaba de Federico Colombi, boxeador italiano de paso por Barcelona, hoy les toca a dos de sus compatriotas cuyos nombres no se han hecho públicos. Si Colombi ejemplificaba a la perfección la práctica imposibilidad de ser detenido en Barcelona por mal que te portes -el hombre zurró a un par de Mossos d´Esquadra, pero ni así consiguió pasar la noche en el cuartelillo-, sus anónimos conciudadanos son testigos de la magnanimidad de nuestros jueces, que los han puesto en la calle y los han dejado volver a su país después de haber violado a dos chicas recurriendo a esa droga que elimina la voluntad y que se conoce como burundanga. En Barcelona no solo se puede apalear a las fuerzas del orden sin consecuencias, también se puede violar sin acabar en el talego.

Líbreme Dios de discutir las resoluciones judiciales. Uno cree en la separación de poderes y considera que el cuarto (seudo) poder, el informativo, no tiene por qué meterse en las decisiones del judicial. Pero sí cree que el poder judicial debería hacer lo posible para que esas decisiones fuesen comprendidas por el vulgo y por los que escribimos en los papeles (o en el ciberespacio). Y lo de enviar de vuelta a su país a dos tipejos que han violado a dos mujeres vía burundanga no se entiende muy bien. Supongo que están pendientes de juicio, y enviarlos a casa facilita enormemente que no se presenten cuando este tenga lugar.

Tengo la impresión de que los hechos son lo suficientemente graves como para que los dos desaprensivos se pudran un tiempo en una cárcel española hasta que deban pasar ante el juez. A no ser que todo forme parte de un plan para convertir Barcelona, oficialmente, en Can Pixa i rellisca, algo para lo que, por cierto, nos bastamos y sobramos, como se ha visto recientemente con esas palmeras del Parque de la Ciutadella que se rompen y se cargan a un visitante al caer o con la dimisión de Messi vía burofax, dos datos más que harán las delicias de los apocalípticos convencidos de que nada funciona en Cataluña en general y en Barcelona en particular.

Reconozco que historias como la del señor Colombi y la de los violadores de la burundanga me causan cierto estupor. Quiero creer que los jueces saben lo que se hacen, pero también es verdad que la ministra de justicia considera que con la ley actual es suficiente para hacer frente a unos okupas cada día más desatados y más jetas y a mí me parece que no es así. Pegar a la pasma es grave. Violar a mujeres puestas fuera de combate con ayuda química, aún más. Bien está la separación de poderes, pero cuando una decisión judicial no se entiende, yo diría que uno está en su derecho de hacerlo constar. Con el respeto debido a sus señorías, claro está.