Dice que va un tal Albert Rivera por el aeropuerto de Barcelona-El Prat y que intenta pasar por alto un control de seguridad destinado al registro de explosivos (algunos medios señalaron que se trataba de un registro de "sustancias", sin especificar). Y entonces sus escoltas, que son policías, les dicen a los empleados de seguridad del aeropuerto que eso no procede, y que la próxima vez se les va a caer el pelo.

¿A que es gracioso? Ah… ¿no?, ¿que no lo es? ¿No es un chiste? Pues yo había creído que sí, aunque no me hiciera gracia, porque, ya se sabe, el humor es un asunto subjetivo. A mí, no sé, me habría hecho reír, por ejemplo, que el tal Rivera pisara la clásica piel de plátano y fuera resbalando por toda la terminal. O que se le acercaran un italiano y un alemán y se generase entonces el típico chiste de las nacionalidades, donde cada uno sacaría a relucir acaso lo más casposo de su patria de procedencia o, quién sabe, Rivera viera en ellos españoles.

Pero resulta que no, que no se trataba de un chiste. Que lo chistoso, más bien, está en que el tal Rivera, como cualquier otro politicastro de este cada vez más fascista rincón de Europa, se puede saltar un control de seguridad porque va protegido por dos maderos, pagados —cómo no— con parte de lo que a usted, a mí y a otros millones de pringados nos quitan de nuestros ingresos, igual que su coche blindado y demás prebendas parlamentarias, mientras que usted, como yo o cualquier otro hijo de vecino, tenemos que casi desnudarnos para pasar cuanto control nos pongan por delante antes de abordar un avión.

"Es por su seguridad, señor", dicen los encargados de casi despelotarnos y cachearnos, llegado el caso. No, miren: por mi seguridad lo que podrían hacer es, justamente, vigilar más de cerca a tipos como el tal Rivera y a quienes los protegen (¿de quiénes, de gente como usted y yo? ¿Tanto miedo damos?), obligarlo a pasar los controles que hagan falta (de explosivos, de armas, de drogas y, sobre todo, de malas intenciones ultraderechistas) y contribuir así a que el aeropuerto sea un lugar menos parecido a lo que parece el resto del mundo, o sea, un reparto absolutamente desigual, arbitrario e injusto de obligaciones y derechos.

Hace 35 años Joan Manuel Serrat lanzó una canción titulada Algo personal, en la que hablaba de los "sicarios del mal". Una parte de la letra decía:

No conocen ni a su padre cuando pierden el control,

ni recuerdan que en el mundo hay niños

Nos niegan a todos el pan y la sal

Entre esos tipos y yo hay algo personal.