Como tiene por mala costumbre, Ada Colau mete las narices allí donde no la llaman ni tiene competencia alguna para hacerlo. Menos aún mientras Barcelona vive su mayor desastre de gestión y de mala fama jamás contado. En esta ocasión, ha sentenciado que los trágicos hechos acontecidos en Marruecos: “Es una violación de los derechos humanos y espero que Sánchez rectifique”. Además, ha rematado su injerencia en asuntos internos de otro país con su típica moralina sentimentaloide aplicada al presidente español: “Me sorprende la frialdad, falta de compasión, de empatía teniendo a tantas víctimas mortales”, aunque le ha concedido la gracia de arrepentirse, no sea que se enfade y rompa con cabecillas de Colau como los ministros Joan Subirats o la señora de Pablo Iglesias, por ejemplo.

Que Sánchez considere un éxito la masacre es abominable y revela la indigencia moral del figurín de la Moncloa, aunque coherente con que se auto-felicite porque su guardia mora marroquí se ocupa de exterminar subsaharianos. Pero que Colau acuse a los marroquíes es una treta para desviar la atención del fracaso de la política migratoria de socialistas y podemitas. Y lo que es peor, usa la tragedia para darse autobombo sin ofrecer alternativa ni soluciones, porque  “la gestión de las fronteras es una situación muy compleja. Pero es cuestión de voluntad política cómo se trata a las personas que llegan". Refiriéndose, seguramente, a su hipócrita volem acollir, a su miserable contador electrónico de náufragos muertos en el Mediterráneo que instaló en la Barceloneta, a sus penosos resultados de la acogida de menores no acompañados, o a no pagar ni un abono de metro y autobús a los ucranianos refugiados.

Como el buenismo, la falsa filantropía y el melodrama fingido son el paso previo de matanzas disfrazadas de democráticas, la supuesta izquierda progresista de Colau y sus compinches aprovechan los dramas de países subdesarrollados como coartada para vender crecepelos ideológicos en el mercado europeo y presentarlos como saldos de lo que fue una izquierda de verdad que no practicaba la frivolidad. Consciente de que su mandato y su credibilidad expiran, la alcaldesa acusa de inmoralidad a quienes no son de su devoción, salvo que se trate de pías damas de su club ético como Mónica Oltra. Y sus risas, antes amables y complacientes, son ahora  el rictus  agrio de quien no ha sido preparada ni para pensar.

Su experiencia en dictaduras pobres pasa, únicamente, por su turismo gratis de oenegé por países sudamericanos que han desaparecido de su currículum oficial. El de cuando presumía de: “relacionar la actividad ciudadana con la sociopolítica, la investigación científica, la visión jurídica y las instituciones públicas”. Así, por la cara, sin título, diploma o cursillo que lo acreditase. En todo caso, nunca puso un pie en aquella África que ahora tanto ama. Impostora vocacional, ya se busca una vida privilegiada fuera de Barcelona. Y rinde pleitesía a su superiora Yolanda Díaz esperando que la nombre ministra de asuntos exteriores, como mínimo, dada su alta capacidad como estadista y como especialista en geopolítica. Para ella sería otro triunfo de su egolatría y de sus delirios de grandeza. Y para Barcelona, la liberación y alejamiento de su fantasmagórica y fatídica presencia.