Karl Schwarzschild era un físico con grandes dotes para la matemática. Trabajó en problemas relacionados con la radioactividad, la mecánica cuántica y la radiación estelar, y fue el primero en proponer la geometría no euclidiana en astronomía. En ésas, cayeron en sus manos las ecuaciones de campo de la teoría de la relatividad general de Einstein y no se lo pensó dos veces. Planteó una solución de las ecuaciones que daba como resultado un hipotético «astro oscuro», tan pesado que ni la luz podría escapar a su fuerza gravitatoria. Einstein felicitó a Schwarzschild por esa solución, tan simple y elegante. Poco le duró la alegría a Schwarzschild, que murió meses después, en 1916.

Pasó mucho tiempo hasta que las ecuaciones de Reissner-Nordstrøm, Kerr y Kerr-Newman no completaron el trabajo de Schwarzschild, y un siglo hasta que, por fin, hemos podido fotografiar uno de estos «astros oscuros». Se trata, en efecto, del famoso agujero negro que ha sido portada de tantos periódicos.

Sucede que la ciencia es capaz de explicar y predecir el comportamiento de millones de estrellas, pero sigue sin poder establecer las ecuaciones de campo que describen la inteligencia de un político en campaña electoral, o fuera de ella.

En este ámbito de estudio, todo gira alrededor del asunto de la estupidez. El estúpido perjudica a los demás y a sí mismo y lo trágico de este asunto es que cualquiera, en cualquier momento, usted, yo, puede ser estúpido. La hipótesis de Cipolla sostiene que, por esa misma razón, el número de estúpidos siempre tiende a ser infravalorado y este error de cálculo suele ser funesto en términos históricos, sociales y económicos.

Permítanme prescindir de la modestia y echar al monte una particular hipótesis. Bajo ciertas condiciones extremas, que podrían darse en una campaña electoral o en un «procés», una gran concentración de estupidez no dejaría escapar señales de inteligencia, o no serían perceptibles. Este colapso podría ser masivo. Pero no se alarmen, sólo es una hipótesis. Las dichas condiciones no han sido ni descritas ni modelizadas y la observación del fenómeno no ha sido sistemática. Si alguna benemérita institución pone una subvención de su parte, quizá me atrevería a investigar un poco más, porque el parné obra milagros.

¿Es el vídeo superpower de la alcaldesa Colau, con un nivel de guay muy high, yupi, un caso de colapso como el que he imaginado? ¿O es una tontería aislada, sin relación con la tontuna general? Me dicen que el señor Iglesias también se marcó un YouTube tope molón, tío, qué passsa. Pues quizá sea cosa de la tontuna, vaya por Dios.

Mientras, en el otro extremo del arco parlamentario, el señor Suárez Illana asegura que en Nueva York (cito) «se acaba de aprobar una ley por la cual se permite el aborto después del nacimiento». Cuesta superar este nivel, pero el señor Casado está por la labor y declaración tras declaración reafirma la teoría del agujero negro que no deja asomar frases inteligentes. No es el único, pero sí uno de los casos más sonados.

Mientras tanto, en Cataluña, una de cada tres personas con derecho a una ayuda social no percibe esa ayuda, pese a haberla solicitado, y son más de 75.000 personas las que esperan todavía las ayudas de la Ley de Dependencia. Es la cifra más alta de TODAS las Comunidades Autónomas. Ninguna invierte tan poco per cápita como Cataluña en sanidad, educación y ayudas sociales. Si esto les queda claro, ahora lean, por ejemplo, una entrevista a la candidata Laura Borràs. ¿Cuál? ¡Cualquiera! Da igual. En cualquiera de ellas se percibe un hueco inmenso, un agujero negro (o amarillo) del que no puede escapar señal alguna de empatía o inteligencia. Ése es el nivel.

Miedo me está dando comprobar que subestimamos el número de estúpidos, pero también el grado de estupidez de los mismos. El agujero negro que se abre ante nosotros parece inmenso e inabarcable.