La suspensión del Mobile ha sido un palo para ciertos sectores de Barcelona, sobre todo los vinculados al sector servicios, pero poco incide el asunto en la sanidad o la educación, por citar dos áreas que afectan, de un modo u otro, a todos los barceloneses. Sí pueden afectar al transporte pero, en general, es para mal, porque los conductores de taxi, metro y autobuses tienen cierta tendencia a convocar huelgas en esos días. ¡Cómo si los perjudicados por esos paros fueran los directivos de las empresas quienes, como es sabido, acostumbran a ir a la feria en el metro y en hora punta! Es cierto que de las jornadas de trabajo perdidas hubieran vivido no pocas personas y su consumo hubiera repercutido en otras más.

Las instituciones catalanas, con Torra a la cabeza, corrieron ayer a convocar una reunión de pastores donde, a falta de otras conclusiones, certificaron que parece que hay una oveja muerta. De todos modos, la suspensión no es un desastre irreparable. Aunque muchos hayan pretendido presentarlo como tal para luego arrimar el ascua a su sardina. Por ejemplo: Anem x Feina, una supuesta patronal que es, en realidad, un submarino de la ANC, ha explicado que la suspensión poco menos que es culpa del Gobierno español que, cómo no, debería indemnizar a Cataluña (ni siquiera a Barcelona y su área metropolitana) por el fiasco. Quién sea esa Cataluña indemnizable está por decidir. Seguramente ellos mismos, que tienen la patente y aspecto de catalanes.

La misma organización (o lo que sea) sostiene que si Cataluña fuera un Estado, la suspensión no se hubiera producido, porque sería un Estado poderoso, mucho más poderoso que la actual España. Se trata de un razonamiento de tal envergadura que no admite discusión. Cualquiera se da cuenta de que la parte de un todo es siempre más fuerte que el todo. Y más grande también. ¡Ya puestos!

Es una mentira más y van tropecientas. Y es que todo el discurso independentista se basa en la pura mentira. La del Mobile es la penúltima de los mismos que juraron ante el juez que no habían hecho nada y por eso lo seguirán haciendo. Los mismos que dicen que son demócratas pero se niegan a reformar la ley electoral (contra lo que decían los dos Estatutos que ha tenido la Cataluña posfranquista) para evitar que voten las piedras. Los mismos que aseguran que España tiene un gobierno autoritario al mismo tiempo que comprueban si les han ingresado la nómina pública por dedicarse a despotricar.

Los mismos que sostienen que España, inventora de los genocidios, empezará a gasear a los catalanes ahora que los judíos ya no se dejan. Los mismos que afirman que el franquismo fue una dictadura contra Cataluña porque, claro, Porcioles, Ullastres, Serrano Suñer, López Rodó eran, a lo que parece, nacidos en Cuenca.Algunos de los que así mienten no tienen problema para darse luego golpes de pecho ante el altar, siendo como son, aseguran, miembros de una religión cuyo octavo mandamiento sostiene que no deben mentir ni levantar falsos testimonios.

Es el caso, por ejemplo, de Oriol Junqueras y Joaquim Torra, católicos confesos con permiso, eso sí, para mentir de vez en cuando. Debe de ser una bula especial que les concede la Abadía de Montserrat. A cambio, los monjes pueden dirigirse a la Moreneta en el lenguaje que quieran, a pesar de que por su aspecto nadie, y menos que nadie la alcaldesa de Vic, Anna Erra, hubiera dicho que es catalana.

Por cierto, ¿en qué idioma hablaría esta mujer a los asistentes al Mobile, fueran de China, Japón o Noruega? En catalán, por supuesto, el mismo idioma en el que se entiende muy bien con Ramón Casanova, obispo de Vic, muy progresista él, que sostiene que el aborto no es un derecho de las mujeres sino un “genocidio”. O miente o no sabe lo que es un genocidio. Igual que Clara Ponsatí.

El mismo día, estando el pastor de fieles sembrado, como estaba, aseguró: “Lloraremos por los hijos que no hemos tenido”. La primera persona del plural es suya. Él sabrá por qué la utilizó.