El Ayuntamiento de Barcelona, en su intento de hacer visible un cambio urbanístico de la ciudad, se ha propuesto diseñar un nuevo modelo que define como la supermanzana. Por este motivo convocó un concurso de ideas para realizar una primera intervención en las calles de Consell de Cent, Girona, Rocafort y Compte Borrell, así como los cruces de la calle de Consell de Cent. En todas ellas se propone un cambio de movilidad que consiste en una primera fase, convertir la calle de Consell de Cent en un eje verde, limitando la movilidad del vehículo privado. La propuesta ganadora, redactada por los equipos de arquitectura formados por Cierto Estudio y b67 Palomeras arquitectes, presenta un cambio sustancial del asfalto de la calzada actual por la incorporación de los antiguos adoquines, proyectando la calzada y las aceras al mismo nivel. Una inversión prevista en más de 35 millones de euros, que pretende estar acabada durante el primer trimestre de 2023. Una vuelta a la utilización de los adoquines que representa una idea que, aunque no novedosa, sí es arriesgada.

Sin ir más lejos, la utilización de los adoquines se remonta a hace más de 25 siglos. Los romanos los utilizaban en la construcción de las calzadas llamadas Viae Publicae. Acabadas con bloques de piedra tallada para dotar de mayor duración y resistencia al paso de carros y carruajes. Una idea que, sin duda, hace de este tipo de pavimento, formado por pequeños bloques pétreos colocados sobre una base de árido, un proceso de construcción artesanal y costoso, pero sobre todo incómodo. Y que, ni decir tiene, ruidoso. Porque cuando un vehículo transita por el mismo, aunque sean de los propios vecinos, o por el necesario suministro y el abastecimiento de mercancías, provoca, lamentablemente, un sonido mayor al de cualquier otro pavimento de rodadura.

Actualmente, la gestión y la planificación del ruido urbano tiene una importancia capital para la protección del medio ambiente de una ciudad. Es en este aspecto que existe una preocupación por parte de los urbanistas para mejorar la superficie del pavimento con tal de rebajar el nivel de ruido y, de esta forma, minimizar el impacto acústico. Por este motivo, las actuaciones sobre el pavimento de las calles son de vital importancia. Pensemos que en las antiguas calles al suprimir los adoquines se redujo el ruido entre tres y cinco decibelios.

El adoquín, pese a que queda muy bien y es muy bonito, no representa la mejor solución para pavimentar una calle. No tan solo por el impacto acústico cuando transita un vehículo, sino porque para el peatón se convierte en un elemento peligroso y resbaladizo cuando está mojado. Se le suma la incomodidad que supone para el desplazamiento de cochecitos de niños, sillas de ruedas, bicicletas y patines, así como con ciertos calzados de tacón femeninos. Hasta algunas voces advierten que liberan el polvo de la capa donde se asientan y ensucia la calle. Todo ello, sin entrar en que, por desgracia y frente a los desaprensivos manifestantes violentos, los utilicen como arma arrojadiza contra las fuerzas de seguridad. Prueba de ello han sido los pasados altercados producidos en nuestra ciudad.

Si el consistorio pretende sentar las bases de una nueva transformación urbana de la ciudad y convertir alguna de las calles en vías peatonalizadas, tendrá que valorar cuál es el procedimiento y los materiales constructivos más idóneos para este fin. Si no, aunque se piense que en ocasiones lo vintage de los adoquines pueda estar de moda, nos podemos encontrar con desagradables sorpresas. Y, aunque lo antiguo pueda tener un público que, sin duda tiene, en el caso de los adoquines, cualquier tiempo pasado, sinceramente, no fue mejor.