Ernest Maragall será, salvo sorpresa, el nuevo alcalde de Barcelona. El líder de ERC ha superado a Ada Colau en un duelo muy reñido, pero no lo tendrá fácil para gobernar una ciudad que necesita un cambio radical tras la errática gestión de los Comuns. No habrá gobierno independentista en la capital catalana tras desplomarse Junts per Catalunya y estrellarse la CUP y Jordi Graupera. El futuro suscita muchos interrogantes.

La noche electoral fue muy incierta hasta que se escrutaron la mitad de los votos. Comenzó fuerte Collboni, pero Colau soñó con la victoria hasta que Maragall, como una moto, adelantó a su rival por la derecha. Superadas las tensiones y las puyas lógicas de una campaña electoral, ahora toca negociar la formación de un nuevo gobierno.

Barcelona, como avanzó Metrópoli Abierta, ha girado un poco más hacia la izquierda. Las fuerzas progresistas han logrado 28 concejales tras duplicar ERC (de 5 a 10) y el PSC (de 4 a 8) los votos de 2015. Su crecimiento contrasta con el batacazo de Junts per Catalunya, que ha perdido la mitad de los 10 concejales que obtuvo Xavier Trias.

La derrota de Colau abre algunos interrogantes. Entre ellos, su propio futuro. Cuesta visualizar a la líder de Barcelona en Comú como jefa de la oposición o, incluso, como primera teniente de alcalde. En el reconocimiento del triunfo de Maragall, Colau ejerció una vez más de activista, culpando a los los supuestos poderes fácticos de su derrota. No hubo autocrítica ni reconocimiento alguno de sus errores. Tampoco habló de los graves problemas de seguridad de la Ciudad Condal ni de sus promesas incumplidas en materia de vivienda. Tampoco citó su responsabilidad en el hundimiento de 144 nichos en Montjuïc y su fracaso para la unión del tranvía.

Enrabietada, Colau no pudo contener las lágrimas. Su fiasco liquidará una época de muchas gesticulaciones y grandes tensiones, de enfrentamientos con importantes sectores (restauradores, hoteleros, comercios...) que ahora esperan una gestión más responsable. El dogmatismo de los Comuns debe ser sustituido por el pragmatismo de Maragall, un burócrata con más experiencia que energía.

La gran incógnita radica en saber si Maragall será el alcalde de todos o utilizará Barcelona como plataforma para difundir las proclamas independentistas. Si se enroca con la cuestión identitaria, la Ciudad Condal entrará en otro periodo de inestabilidad que seguirá lastrando su economía y la convivencia de sus ciudadanos. Hoy, Barcelona es menos independentista que ayer.

Maragall conoce Barcelona, la administración local y la idiosincrasia de los barceloneses. Entró en el consistorio como informático (según fuentes de su candidatura) durante la etapa franquista y vivió su mejor época en los años 90, al lado de su hermano Pasqual, con el PSC en la alcaldía. A sus 76 años, cuesta visualizar a Ernest como el símbolo del cambio que necesita Barcelona, un mal menor ante la amenaza de otra victoria de Colau.

El PSC, por su parte, recupera parte del poder perdido con Collboni. Valls, en cambio, ha sido víctima de una campaña de desprestigio feroz y de un encaje algo forzado con Ciudadanos. Y la CUP ya no pinta nada en Barcelona. Su desaparición choca con la superviviencia del PP, rescatado por la atrevida y atípica campaña de Josep Bou.

Barcelona encara una era nueva con más incertidumbres que certezas. Con Maragall en la alcaldía y con Colau no se sabe donde. Bye, bye.