Barcelona, ciudad del miedo, ha titulado Xavier Salvador su artículo en Crónica Global. Sostiene que la que llama alcaldesa buñuelo y su equipo de incompetentes minimizan los cuatrocientos delitos diarios que acontecen en Barcelona. Añade que ha dejado de ser la ciudad cosmopolita de antaño y que hoy se la conoce más por la inseguridad. Cree que su degeneración tapa las virtudes y activos de aquella urbe abierta al Mediterráneo, “que en su día fue ejemplo y modelo de gobernanza entre las capitales del planeta”. Y advierte de que la actual situación es una amenaza “que se llevará por delante el trabajo serio de generaciones anteriores, menos sectarias y más sensibles a las cosas que importan de verdad”.

Su añoranza de aquella Barcelona, antes bien gobernada, coincide con la visión Lorenzo Silva en su última novela, La llama de Focea. “Ciudad cojonuda, tiene de todo. El mar, montaña, donde se come bien, la gente es trabajadora, las cafeterías están limpias…”, recuerda uno de sus personajes. “Aquellos días de julio y agosto de 1992 fueron, probablemente, los más pacíficos, menos conflictivos y más seguros que conoció la ciudad de Barcelona en todo el siglo XX”, opina otro. “Una comunidad donde imperaban la pulcritud, el esfuerzo y el sentido común”, recuerda el protagonista. Y compara con el Madrid de entonces: “no era desde luego, una ciudad tan bonita y señorial como Barcelona, pero era la mía, su gente era mi gente, y no tenía que pedir perdón a nadie por respirar su aire, pisar sus calles y hacer lo que hacía”. Hacía y hace de guardia civil.

La frase “era la mía, su gente era mi gente” se llama sentimiento de pertenencia. Otro valor que se arruina en Barcelona y cae a mínimos históricos, porque uno de cada tres ciudadanos prefiere vivir fuera de la ciudad, según una encuesta del propio Ayuntamiento. En 2015, cuando la alcaldesa okupa y antisistema llegó al poder, el 69% de la población barcelonesa declaraba que su lugar preferido de residencia era el barrio en el que vivía. Ahora, ha bajado al 52%, porcentaje que el Ayuntamiento califica de “alarmante”, ya que llega a “unos niveles jamás vistos”. Entre los motivos para huir de sus domicilios destacan la inseguridad, la falta de limpieza y la falta de vivienda” en los barrios más desfavorecidos. En los de Diagonal y entorno, sin embargo, los encuestados se declaran contentos y satisfechos. Estos datos, además de confirmar la decadencia de Barcelona, demuestran el fracaso total de la comunada y aliados, ya que lo único que han conseguido ha sido perjudicar a los vecindarios con menos recursos económicos y beneficiar a los de rentas más altas. Exactamente lo contrario de lo que prometían antes de su desgobierno falsamente progresista.

Liderando el proceso de degeneración, malversando el trabajo serio de generaciones anteriores menos sectarias, “Ada Colau, una agitadora de poca monta, corta de luces, mediocre y vulgar que se lo echa todo a la espalda con tal de seguir zumbando y libando de flor en flor”, según el retrato de Julio Murillo, analista, novelista y observador de diversos apocalipsis. Y parafraseando a aquel zapatero remendón que se fue de Madrid: “Adiós Barcelona, que te quedas sin gente”.