Siempre deseosa de convertir el ayuntamiento de Barcelona en una especie de chiquipark supuestamente republicano, Ada Colau tuvo hace unos días dos ideas brillantes: primero colgó una foto de Felipe VI del tamaño, casi, de un sello de correos (la orden judicial no especificaba el tamaño de la imagen, lo cual permitía hacer el gamberrete impunemente) y luego lució durante todo el pleno una mascarilla tricolor para que a todos nos quedara claro lo republicana y antisistema que es. Lo de Ada con la realeza empieza a ser de interés psiquiátrico: cuando viene el rey a Barcelona, Colau le da esquinazo en la recepción, pero se apunta a los papeos. En su caso, la activista (así, en general, que está empezando a ser un oficio tan absurdo como los de influencer, youtuber o tiktoker) suele imponerse a la alcaldesa, y no parece que haya nadie cerca para recordarle sus obligaciones institucionales. A fin de cuentas, se supone que en Barcelona hay monárquicos, republicanos, independentistas, constitucionalistas, federalistas, mediopensionistas y gente a la que le da lo mismo ocho que ochenta, y también se supone que la alcaldesa de la ciudad está obligada a representarlos a todos. Alguien debería haberle dicho que lo de la foto del rey era una jaimitada ridícula y que lo de la mascarilla no le andaba a la zaga. Además, como actos de valor, ambos gestos dejaban mucho que desear: aunque pequeña, la foto está donde ha dicho la justicia; y la mascarilla siempre puede presentarse como el despiste de alguien que no sabe que España es una monarquía parlamentaria y que la bandera republicana cayó en desuso hace tiempo (yo tengo una con el morrión de Hannibal Lecter y nadie me ha partido la cara por llevarla: lo máximo que he recibido son miradas de espanto o de desaprobación).

A efectos prácticos, lo de la foto no ha servido ni para contentar a los lazis, que se lo han tomado, con razón, como un acto de falso coraje (Quim Torra la puso verde en las redes, aunque luego se llevó lo suyo como adalid de la resistencia fake que siempre acababa cediendo, lo que no le ha impedido convertirse en un reputado coleccionista de multas). Y lo de la mascarilla no pasa de ser una muestra más de postureo inofensivo, aunque lo suyo sería lucirla en el ámbito privado, no en un organismo que, teóricamente, representa a todos los barceloneses (aunque, en la práctica, solo actúa como la voz de los fans de IluminADA). Si alguien debería haberle dicho algo a la señora Colau, ése debería haber sido Jaume Collboni, sobre el que muchos nos preguntamos qué papel juega en el ayuntamiento aparte del de comparsa. Yo creo que otro, en su lugar, habría aprovechado la coalición para sacar pecho, hacer méritos, tratar de introducir un poco de sensatez en los comunes y, en suma, trabajarse la candidatura socialista a las próximas elecciones municipales. Por el contrario, no se ve que Collboni haga nada de nada: Ada lo echó del primer bipartito y si no necesita echarlo del segundo es porque el bueno de Jaume no molesta ni lo más mínimo.

Curiosamente, el PSC insiste en que su candidato al ayuntamiento de Barcelona solo puede ser el señor Collboni, aunque nadie sepa muy bien qué hace para tamizar o desactivar los delirios y las chorradas de la señora Colau (ni mu ante el urbanismo táctico). Tampoco lo hemos oído chistar ante la inminente creación del pomposo Centro de Nuevas Masculinidades, que, entre otras cosas, no se sabe muy bien en qué consiste, más allá de la consabida sobreactuación progre y el enésimo guiño al colectivo LGTBI. De momento, lo único que se entiende de la propuesta es que los hombres somos, por definición, violentos, homófobos y, probablemente, violadores en potencia, y que, por consiguiente, urge reeducarnos. ¿Habrá cursillos obligatorios para binarios recalcitrantes? ¿Talleres de maquillaje para los asquerosos heterosexuales de toda la vida? Confieso que no sé lo que son las nuevas masculinidades y que yo ya me apaño con la de siempre, aunque no practique ni la violencia ni la homofobia ni jamás haya violado a nadie. Así pues, me lo tomo como una nueva memez de la señora alcaldesa que Collboni se ha comido con patatas, no lo vayan a echar de nuevo del consistorio.

Mientras Barcelona se va al hoyo de la tontería, la fealdad y la irrelevancia cultural gracias a la prodigiosa pinza entre lazis y comunes, Collboni dormita, aunque no sé cómo pretende llegar a alcalde si nadie sabe exactamente qué hace en la administración Colau ni cuáles son sus propuestas para la ciudad. Ante su incomprensible galbana política, la cosa acabará quedando entre Ada y el Tete. Y gane quien gane, nos seguiremos yendo al carajo. ¡Esplendoroso y euforizante panorama!