El pasado sábado, un centenar de personas se manifestó en Barcelona para protestar por la (supuesta) entrada inminente en prisión del rapero de Lérida Pablo Hasél, que en realidad se apellida Rivadulla. No hay noticias de que en su ciudad natal se registraran algaradas como la de aquí, lo cual indica que tal vez no figura entre las prioridades de su ayuntamiento nombrarlo hijo predilecto de la localidad. En Barcelona, esos cien defensores de la libertad de expresión (estirados hasta quinientos en ciertas informaciones) hicieron lo que suelen: armar bulla y quemar algunos contenedores. Las fuerzas del orden, también como suelen, no detuvieron a nadie ni llegaron a sacar la porra, que se sepa. ¿Cómo iban a hacerlo si la alcaldesa de la ciudad ya se había manifestado en contra de que el amigo Rivadulla cumpla su pena de prisión y a favor de que la justicia deje en paz al pobre muchacho? Ada sí se movió (y bien que hizo) para contribuir a que JuntsxCat echara al boquirroto Sort, quien la había tildado de “puta histérica española”, pero los insultos a la monarquía y los elogios al Grapo del rapero ilerdense se ve que no le han ofendido lo más mínimo: Sort, a la puta calle; Hasél, siga usted con sus coplillas antisistema.

Dicen que la justicia es lenta, y en el caso de Pablo Hasél resulta muy evidente. Hace años que fue condenado y sigue suelto y solo ahora le han dicho que tiene diez días para presentarse en comisaría. Por una de esas casualidades que parece que solo ocurren en España, el señor Rivadulla ha sido seleccionado para estar en una mesa de votación el día de las elecciones autonómicas catalanas, y ahí sí que hay que protestar por la descoordinación producida: el chaval no puede estar al mismo tiempo en el trullo y en el colegio electoral. Por si acaso, él ya ha dicho que no piensa presentarse en ninguno de esos sitios y que, si quieren hacerse con él, que lo detengan.

Hay que reconocer que la justicia española tampoco se ha cebado con él. Ha tardado más de dos años en ejecutar la sentencia y ésta ya bajó de dos años a nueve meses. Y también hay que reconocer que, a diferencia del fugado rapero balear Valtonyc, el señor Rivadulla no se ha refugiado en Waterloo para ejercer de bufón de Puigdemont (Valtonyc se fue porque quiso, pues, visto el ejemplo de Hasél, también seguiría en la calle y es probable que le hubiesen rebajado la condena). El amigo Rivadulla también le gana a Valtonyc en malas pulgas, pues ya le partió la cara a un cámara de TV3 y al testigo de un juicio: yo lo vi repartir leña por TV3, durante la ocupación de un rectorado, y la verdad es que el chaval tiene buena pegada.

De lo que nadie habla es de su música, probablemente porque lo suyo no es música, sino una serie de exabruptos pueriles recitados sobre el habitual chunda chunda del hip hop: los raperos españoles suelen ser extremadamente primarios, y Pablito no es una excepción. Lo que él considera ataques a su libertad de expresión no es más que la puesta en práctica de ciertas leyes en defensa de la Corona y contra la apología del terrorismo que, de momento, siguen vigentes y se han de cumplir. Ya sé que él vive de hacerse el antisistema con sus ripios y que tiene el cuajo de declararse comunista (a estas alturas del curso), pero que la alcaldesa de mi ciudad haga como que se traga sus excusas socio-político-musicales ya se me antoja fuera de lugar. Sobre todo, porque, una vez la máxima autoridad barcelonesa ha bendecido las chorradas de un rapero ramplón, ¿con qué autoridad cuenta la guardia urbana para disolver una manifestación ilegal como la que tuvo lugar el sábado? Me temo que con ninguna. Por eso, el dinero para los contenedores que reemplacen a los que ardieron saldrá del erario público y aquí paz y después gloria. ¡Gracias, Ada, por tu generosidad con el dinero ajeno!