Ada Colau es una figura mediática y contradictoria. Una política con más imagen que gestión que vive sus horas más bajas. En plena guerra al automóvil por parte del gobierno municipal, la primera edil disfruta con el placer de viajar con un Rolls-Royce descubierto por Barcelona. Ella, que presume de ser la alcaldesa del pueblo, tiene tics muy elitistas que deberían poner los pelos de punta a sus asesores e indignar a sus votantes, cada vez más molestos con su populismo y calculada ambigüedad.

Colau se ha distanciado de los ciudadanos. Se sabía que había cambiado el transporte público por el coche oficial, pero debería ser más consecuente con sus actos. No es de recibo que construya kilómetros y más kilómetros del carril bici, algunos totalmente inútiles y absurdos (por la calle París, por ejemplo, raro es ver más de dos bicicletas en una hora), y fomente el uso del transporte público sin rechistar con el aumento de las tarifas.

Sube el metro pero no mejora su servicio. Al contrario. Ir, por ejemplo, a un partido del Barça con el subterráneo es un suplicio para sus usuarios. En un fin de semana, el intervalo entre un tren y otro supera los cinco minutos y en los vagones se viven imágenes dantescas antes de que el metro llegue a Badal o Collblanc. Más complicada es la salida del estadio. Normal porque no es fácil evacuar a 70.000 u 80.000 personas.

Los usuarios del autobús también están indignados con la eliminación de algunas líneas que unían muchos barrios. Los vecinos del Congrés y de la Zona Franca, por ejemplo, han perdido sus batallas por una movilidad justa y sostenible ante un consistorio con un discurso muy progresista y una respuesta reaccionaria, más pendiente de descalificar a quienes no comparten sus postulados que de encontrar soluciones pactadas.

A Colau le queda poco más de un año de mandato y las encuestan que maneja el Ayuntamiento reflejan que su opción ya no es la preferida por los barceloneses. Las últimas elecciones autonómicas, muy polarizadas entre los partidarios de la independencia y los de mantener el actual encaje de Catalunya en España, han penalizado a los comunes, responsables del fiasco de la Agencia Europea del Medicamento y recelosos con los grandes eventos de la ciudad.

El gobierno de Barcelona cuestiona el Mobile con la misma facilidad que despreció el aniversario de los Juegos Olímpicos, se ha enfrentado a los principales agentes económicos de la ciudad y ha decepcionado a tantas y tantas entidades locales. En el futuro, poco trascenderá de la obra de gobierno de Colau, la alcaldesa que se atasca con sus contradicciones y viaja en Rolls-Royce mientras pide a los ciudadanos que lo hagan en bicicleta.