Siempre en busca del más difícil todavía, Ada Colau acaba de alumbrar una nueva idea de bombero: poner orden en algo sobre lo que el ayuntamiento de Barcelona no tiene competencias, el juego. Harta de ver cómo se arruinan los adultos, se corrompen los menores y se rompen las familias, ha dicho que hay que poner coto a esos sitios en los que se juega, se apuesta y se envilece uno en cuanto se descuida. Lamentablemente, la cosa depende de la Generalitat, que no sube el número de licencias desde que se promulgó la ley en 2006: 147 antros de perdición es el máximo que puede haber en Barcelona. O sea, otro brindis al sol de la señora alcaldesa.

Menos mal que le quedan las terrazas de bares y restaurantes. O, como decía James Bond, “el mal rato que he pasado, alguien lo va a pagar”. Ahora Ada quiere que las terrazas pierdan mesas y paguen más tasas al ayuntamiento. Ya sé que la principal función de todo consistorio es recaudar cuanto más mejor, pero no me parece que éste sea el momento más adecuado para sangrar a los que echan de comer y beber en la vía pública (quienes, a su vez, suben los precios ante cada nueva medida de este estilo, para desesperación de los clientes; aunque si éstos van al bingo, igual se lo merecen por pervertidos, según la peculiar lógica de nuestra alcaldesa: se empieza tomando una cerveza en una terracita y se acaba incurriendo en la ludopatía, como todo el mundo sabe.

En una ciudad en la que brilla el sol prácticamente todo el año, las terrazas son una consecuencia natural y no me parece de buen tono emprenderla con sus responsables y usuarios. Dice Ada que dificultan la circulación de los transeúntes si se exceden en el uso particular del espacio público. En eso tiene razón, pero las terrazas, por lo menos, no se mueven de su sitio y siempre serán más fáciles de esquivar que los usuarios de transportes alternativos como los ciclistas y los del patinete. Este último sector, además, me temo que va a crecer de manera exponencial después de que, durante los recientes motines incendiarios -en los que Ada mantuvo acuartelados a sus antidisturbios, no fuesen a incrementar la crispación-, los patinetes fueron los objetos más populares entre los saqueadores patrióticos (¡a Ítaca, aunque sea en patinete!).

 Ante la imposibilidad de practicar la represión del binguero, mucho me temo que van a pagar el pato los clientes de las terrazas. Y es que sentarse en la calle a beber algo parece algo inocente, pero en realidad es un primer paso hacia la decadencia, la corrupción, el juego, las drogas y la prostitución. Nadie se había percatado de eso hasta ahora: parafraseando a los fans de Berlusconi, Meno male che Ada c´e…