Cuando la crítica feroz se convierte en la única arma para hablar de política tenemos un problema. En Barcelona desde hace tiempo no sólo tenemos ese problema, sino tenemos una variante aún peor. Aquí todo lo mejor es porque no puede ser peor. Y lo mejor no sólo no existe, sino peor aún, ni lo vemos ni lo podemos visualizar en el horizonte.

Hemos dicho por activa y por pasiva que Ada Colau ha sido el peor alcalde de la historia de nuestra ciudad. Los índices de delincuencia, la inseguridad o la baja calidad de vida que ha llevado a Barcelona son vergonzantes. Pese a ello, llevamos días diciendo que, en este escenario, parece que deba ser la próxima alcaldesa de la ciudad. La deriva social y ciudadana de Barcelona es menor que la potencial conversión de la capital en un icono independentista de odio ultranacionalista. No elegimos lo mejor, elegimos lo mejor de lo peor.

Y en eso Ada Colau simplemente es la consecuencia de una política desastrosa. Unos que siempre quieren estar cerca de tocar y nunca tocan (ERC), de otros que siempre están cuando nadie crea que están (el PSC), de los que, según sople el viento cambian de dirección aunque parecieran haber hecho destino, (Ciudadanos), y de los otros, que como buenos otros, parecen estar pero nunca están, JxCat y PP.

Barcelona es la fiel representación de los últimos años en la política española. Quien puede gobernar es muy malo, aunque dentro de los ciegos es el tuerto más inteligente. Y con una Ada Colau sin los ultraradicales de Gerardo Pisarello ni Jaume Asens, patada adelante al Congreso, quizás tengamos una versión aún más sorprendente del personaje. No creemos que alguien con una manifiesta incapacidad del mando pueda deslumbrarnos en los próximos años, aunque sí podemos esperar que quien le apoye le obligue a una mínima decencia política. El arte del ventrículo en Barcelona.

Ada Colau siempre ha sido un monigote en manos de terceros. Su fragilidad, tanto personal como emocional, son el retrato básico de un líder sin liderazgo. Alguien fácilmente manipulable desde el interior y, cómo no, el exterior. Sólo hay que ponerla en un escenario, dejar que hable, llore o ría, según su día, y ordenar su actividad y decisiones. El primer José Luis Moreno de Colau fue Asens y Pisarello –ambos la pura indecencia en la gestión y la política–, ahora serán Jaume Collboni y Manuel Valls. Veremos hasta qué punto demuestran un poco más de eficacia que los ultras largados a Madrid.