Nuestra bienamada alcaldesa ha tenido una epifanía: el puente aéreo Madrid–Barcelona contamina que da asco y, por consiguiente, hay que eliminarlo. Luego se ha venido arriba y ha cargado contra el puerto y el aeropuerto de Barcelona, acusándolos de unas emisiones tóxicas monstruosas, prácticamente letales, que ambos equipamientos han intentado matizar porque resulta que los cálculos de ese lumbrera que es el muy sostenible concejal Eloi Badia no eran del todo exactos (parece que había incluido en la apreciación toda la toxicidad emitida durante un vuelo y un trayecto en barco desde el punto de partida: el colectivo aeroportuario, en un sano contraste de pareceres, agradecería que el cálculo se limitara a los efectos nocivos sufridos por los barceloneses).

Desde que la izquierda se ha llenado de tarugos -un fenómeno muy preocupante en sí mismo: cuando yo era joven, los tontos eran de derechas o apolíticos-, cada vez son más los políticos que parecen aspirar a ejercer el despotismo ilustrado. O el despotismo a secas, dada la eficacia de sus cálculos. Ada Colau es de las que más destacan en esa actitud de intentar salvar al ciudadano de sí mismo, algo que ya hicieron Franco y Pujol, sin ir más lejos. Ada sabe lo que nos conviene y, por consiguiente, nos niega el derecho a decidir: si usted prefiere ir a Madrid en avión, jódase por el bien del planeta y súbase al tren. Por lo menos, hasta que Ada descubra que el AVE también ensucia el ambiente que da asco y promueva los viajes en carricoche con burro…Ay, no, tampoco, que los animalistas pondrían el grito en el cielo y habría que viajar siempre con uno del PACMA para controlar que no se explota al semoviente.

De momento, solo los 14.000 funcionarios del ayuntamiento tienen prohibido ir a Madrid en avión, pero supongo que la idea es extender la interdicción a todos los barceloneses. Luego habrá que intentar prohibir todo el tráfico aéreo, en general, y también el marítimo, a no ser que estemos dispuestos a trasladarnos a Nueva York en catamarán, que es lo que utiliza Greta Thunberg para sus desplazamientos, y a disfrutar de una travesía de tres meses. A partir de ahí, deberán tomarse medidas realmente drásticas, como prohibir el aire acondicionado, que inficiona la atmósfera de mala manera y es responsable de todo tipo de resfriados y enfermedades derivadas: estas cosas, se sabe cómo empiezan, pero no cómo acaban…

La verdad es que el despotismo progresista recuerda mucho al de toda la vida. Tal vez sería mejor dejar aviones y barcos en manos de científicos que encuentren maneras de ensuciar menos el ambiente, pero entonces, algunos políticos no podrían ejercer su apostolado ni practicar la catequesis progre que tanto gusta a los comunes. Del derecho a decidir del viajero, ya no hay ni que hablar. Y del de los empresarios con prisas para llegar a la capital, mucho menos. La evidencia -expuesta por Crónica Global recientemente- de que el vehículo oficial de nuestra alcaldesa es de los más contaminantes del mercado no es más que un ataque de los resentidos de siempre, empeñados en ignorar que todo lo que hace Ada es por nuestro bien. Haz lo que digo, no lo que hago podría ser un lema excelente para cuando deba optar a la reelección.