No he querido escribir en caliente, precisamente por la sobreexposicion mediática y en redes de noticias políticas que nos han encendido a todos estos meses. Consideraba, por ser más reflexiva, que debía hacerlo cuando volviéramos a una mayor tranquilidad informativa. Aunque sea con la perspectiva de casi un trimestre agotador, pero superado, y con el ambiente de cierta calma (contenida, porque no olvidemos que ahora arranca la campaña electoral)… Ahora, siento que  puede que sea el momento de explicarme.

Vaya por delante que el procés hacia la independencia me parece totalmente legítimo, así como necesario contemplar el derecho a voto y a elegir, sea una cosa u otra. Otra cosa es cómo se ha gestionado y cómo lo tenemos ahora en suspenso. Pero sería absurdo no tener en cuenta que todo desafío tiene consecuencias, y más con un gobierno central como el que tenemos, tan poco solidario con Catalunya.

Y me temo que estos meses muchos hemos sufrido en esta industria musical y cultural en general esas consecuencias. Han sido duros meses de huelgas, de días en blanco sin poder cerrar asuntos porque la actualidad informativa cada día nos ofrecía un sobresalto nuevo: manifestaciones, prohibiciones, discusiones entre amigos, laborales..una auténtica montaña rusa. Y, ahora, sigue esta situación de incertidumbre generada. No solo por el dichoso cuento de las empresas que se hayan ido o amenacen con irse (aunque algunas diga Rajoy que con el 155 volverán, veremos si acierta en algo). Ni tampoco porque pueda imaginarme la de subvenciones culturales que puede recortarnos el gobierno español como reprimenda, porque ellos son así, de castigar mucho y negociar poco.

Me voy al presente empírico: al ciudadano de a pie le molesta siempre pisar terreno pantanoso, porque en este mundo –quizás erróneamente, pero así es- nos han acostumbrado a todos buscar la tan deseada como utópica seguridad. En la familia, con las relaciones, y por supuesto con nuestros bolsillos. Y, aunque todos sepamos que las revoluciones deben ir de la mano de cambios, y que tenemos me afrontar esos cambios con firmeza y serenidad, no me gusta pensar que siempre somos los de abajo los que tenemos que dar la cara y sufrir esas consecuencias. Como autónomos de la industria de la música, hemos vivido (y quien diga que no, quizás sigue ciego a la realidad) un descenso de la asistencia musical a los conciertos programados.

Los compañeros del mundo del teatro también confirman ese descenso, y no hablamos de gente que esté precisamente en contra de la independencia. Los hechos, como nos demostraron al estudiar periodismo, son los hechos. Algo que si lo decías hace unos meses era de ser ceniza, pero que ahora son evidencias.

Pero lo importante es la actitud: desde la primera cancelación del concierto de John Nemet y A ContraBlues por motivos que todos asumimos como necesarios -era el día que los nacionales sacaron sus porras sin ningún tipo de miramiento ante los votantes del referéndum- no hemos parado. Hemos seguido luchando para que no hayan más cancelaciones. Asistiendo a conciertos que programamos o promocionamos encontrándonos salas a medio gas, salas que tradicionalmente suelen estar más llenas en nuestra ciudad. Incluso hemos realizado conciertos con taquilla inversa, en locales donde tradicionalmente no practican la taquilla inversa.

A estas alturas de la película, con un cabeza de lista en el exilio de Bruselas, representantes políticos y de instituciones catalanas en la cárcel y unas elecciones anticipadas a la vista, nos preguntamos cuándo va a volver la calma. ¿Después de unas elecciones con ERC ganadora y un aumento preocupante de escaños de Ciutadans, partido más a la derecha que el propio PP?

Si, metafóricamente hablando, la cancelación de conciertos que han sufrido diversas salas de la ciudad ha supuesto una especie de 155 cultural en toda regla, la taquilla inversa podría ser el equivalente a una DUI (simbólica para el artista, que al menos no tira la toalla, aunque no reconocida). Al menos, hasta que las aguas vuelvan a su cauce. Con todo, estas medidas de emergencia que la industria musical proporcionamos son parches para los que no pensamos agachar la cabeza, pero no hay día en que no dejemos de pensar en alternativas para situaciones complejas de inestabilidad como la que estamos viviendo.

Mientras tanto, nuestra responsabilidad máxima como piezas del engranaje cultural, desde un autónomo a un empresario de mayor calado, es la de seguir navegando pese a la meterología adversa. Estamos acostumbrados. Aunque los de abajo siempre tengamos que ser los primeros en rascarnos los bolsillos cada mes. En esa espera estamos los promotores, acostumbrados a remar a contracorriente y a mil incertidumbres (que si el procés, pero también los partidos de fútbol, la lluvia, las Navidades, las crisis) cualquier factor que amenace con hundir la flota. Seguiremos remando hasta que cese el bombardeo político y vuelvan a tenerse en cuenta nuestros lanzamientos musicales en los medios ahora abducidos por el tema político –aunque bajando el souflé–, hasta que los conciertos vuelvan a llenar las salas, hasta que las giras no se postpongan más.

Y ojalá se regenere también la actividad en otras áreas culturales como el cine, la danza, el arte, el teatro… Me despido con ese deseo prenavideño, porque ruido ya ha habido mucho, pero nueces pocas. Y somos muchos los trabajamos a diario haciendo más horas de las que tiene el día para que la cultura siga dando frutos en Barcelona, muchos los que seguimos ilusionados pese a todo por algo: amamos nuestro trabajo, a nuestras bandas, nuestros conciertos y sus discos. Háganos caso y no dejen de ir a los cines, a los teatros, a la música. Si queremos a Catalunya, esto es lo mejor que podemos hacer para reactivar nuestra economía. El derrotismo y el miedo paralizan. Y en este país hemos salido de muchas, por lo que saldremos también de esta. Como diría el gran Freddie Mercury, The show must go on’.