Radicalidad contra consenso

Una gran ciudad como Barcelona, que tiene una destacada historia de éxito de gestión municipal, requiere una evolución paulatina de las políticas que le afectan. Una evolución que permita la construcción y mantenimiento de un determinado grado de diálogo y consenso, sin el cual es imposible configurar el apoyo amplio que el gobierno de una metrópoli exige.

El radicalismo de los comunes conduce a la confrontación y a la división, lo que incentiva los populismos (intervenciones en la vía pública no acordadas, persecución de los vehículos a motor, cambios de nombres de las calles, abandono del comercio, desprecio por la industria y el turismo, impulso de los grupos radicales…).

La incapacidad para el acuerdo y el pacto deriva en una preferencia por la imposición en las políticas, la inflamación de la retórica y el gusto por la intervención sectaria en el ámbito de las referencias simbólicas.

Incomprensión de la complejidad.

Barcelona es, como todas las grandes ciudades, complejidad. Gobernarla exige entender su complejidad (historia, composición social, geografía, estructura económica, cultura, mitos…) lo que exige una orientación del gobierno municipal hacia el consenso como paso previo al pacto y el acuerdo.

La comprensión de la complejidad está reñida con la simplicidad y parcialidad del enfoque de los comunes. Una comprobación de la agenda de la Alcaldesa permite constatar que sus contactos cotidianos se concentran casi exclusivamente en el ámbito de sus colaboradores más cercanos.

Barcelona ha dejado de tener un proyecto autónomo

En sus mejores momentos Barcelona ha tenido un proyecto autónomo. O ha luchado por tenerlo en las etapas de gobierno no democrático como fue el caso durante el franquismo.

La renuncia a una política autónoma y el consiguiente sometimiento a la política española de Podemos o la política nacionalista en Cataluña es una situación nueva para Barcelona. Dos de los más destacados representantes del colauismo, Asens y Pisarello, escenifican desde el Congreso el apoyo a las políticas de Podemos.

Desdén por las instituciones

El carácter excepcional de Barcelona requiere un estricto respeto a las instituciones empezando por la propia que es el Ayuntamiento. Es una exigencia de su representatividad y de su continuidad histórica.

Pero el populismo rompe las reglas de la relación institucional y abre el camino a la arbitrariedad, las ocurrencias y las pancartas. Es lo que ha ocurrido como consecuencia de la alineación con el activismo independentista y con el programa radical de los comunes.

Tacticismo sin estrategia

¿Cuál es el proyecto de Barcelona? Como el objetivo no está definido, no existe ninguna estrategia para conseguirlo. La falta de estrategia se disfraza con un tacticismo extremo.

El urbanismo táctico es un ejemplo límite del tacticismo. El urbanismo táctico se ha caracterizado también, sobre todo en Estados Unidos, como “urbanismo de guerrilla”, un planteamiento ridículo y ofensivo si se pretende aplicar a una ciudad tradicionalmente bien gestionada como Barcelona.

Una ciudad abierta y democrática no puede tener un gobierno sectario

Un nepotismo de nueva generación que ha llevado a la integración desacomplejada de familiares y amigos en la administración municipal ilustra la deriva sectaria de los comunes

Es una política que se ha ampliado y perfeccionado con un clientelismo llevado al límite de lo que es una manifestación inquietante la conexión casi orgánica del Ayuntamiento con el Observatorio DESC. Esta asociación es el canal para la promoción y la subvención sistemática e indefinida de entidades próximas a las que se facilita visibilidad y acceso a la formulación de políticas a cambio de su apoyo en debates y confrontaciones.

Pérdida de calidad de la administración

El populismo y el sectarismo llevan al empleo por parte de responsables políticos de espacios que debería gestionar una administración profesional permanente y estable.

La profusión de cargos de confianza muy ideologizados tiende a primar su conformidad y su retórica. Es una deriva que se aprecia claramente en la producción de los textos que recogen los contenidos de las reuniones supuestamente participativas.

De la competencia a la incompetencia

El Ayuntamiento de Barcelona ha perdido su prestigio con unas reiteradas muestras de incompetencia. No es sólo el retraso de los procesos administrativos, una cuestión que no parece preocupar a los responsables municipales. Es particularmente remarcable la incapacidad de formular y aplicar una política de vivienda eficiente en siete años de mandato,  asegurar el mantenimiento de los niveles de seguridad y de limpieza o mantener la proyección exterior de la ciudad.

Desinterés por la calidad urbana

La priorización de la calidad urbana y la proyección del buen gusto propio de la Barcelona moderna han sido sustituidos por una apoteosis de mediocridad y “cutrez”,  el término que se ha consolidado al juzgar las intervenciones urbanas más recientes.

Pintadas de varios colores, bloques de hormigón, new jerseys, estacas a ambos lados, carriles-bici sin usuarios… son referencias de impacto que han alterado negativamente la funcionalidad de los sistemas urbanos afectados y, también, la imagen de la ciudad.

Culto a la personalidad y un nuevo lenguaje

La política de comunicación municipal, a la que se han dedicado recursos muy superiores a los de cualquier etapa municipal anterior, ha promovido un culto a la personalidad de la alcaldesa sin precedentes en una ciudad que tradicionalmente ha apreciado la autocontención y la discreción.

En el nuevo lenguaje, los ciudadanos han pasado a ser vecinos o, mejor vecinas. Ahora --Janet Sanz dixit-- han surgido los "agentes vecinales". Y las organizaciones afines se han convertido en "las entidades", una insólita referencia de la representación política utilizada de forma acrítica y mecánicamente por los medios de comunicación más próximos o bien engrasados por las subvenciones.