El día 11 de septiembre es una fecha señalada para todos los catalanes. Es la Diada, la fiesta Nacional de Cataluña, en la que se conmemora el día 11 de septiembre de 1714, por la lucha encarnizada en la que se enfrentaron los barceloneses a las tropas de Felipe V. Un rey que controló y derrotó a la ciudadanía para instaurar un gobierno marcado por una política absolutista. La derrota comportó la supresión del sistema de autogobierno regido por el Consell de Cent y el derribo de más de un millar de casas y calles del barrio de la Ribera. El castigo fue la construcción de la Ciutadella, una fortaleza que pretendía velar y reprimir militarmente cualquier atisbo de sublevación por parte de sus habitantes.

El derribo de esta fortaleza se convirtió en una aspiración popular de los barceloneses durante muchos años, hasta entrado el año 1868. El general Prim cedió esta antigua fortificación al Ayuntamiento de Barcelona para que este ejecutara su derribo, construyéndose de esta forma un gran jardín público, lo que es el actual parque de la Ciutadella. Un proyecto que realizó el arquitecto Josep Fontseré, y que aun estando en construcción, se propuso como sede de la Exposición Universal en el año 1888.

El Ayuntamiento encargó en el año 1873 al arquitecto municipal de Barcelona Antoni Rovira i Trias el proyecto del mercado del Born, que se situaba, en donde se habían ubicado las antiguas casas destruidas para la construcción de la fortaleza de la Ciutadella. Un edificio que marcó el comienzo de la arquitectura de hierro en Barcelona, y que representaba la modernidad tecnológica en la arquitectura de edificios públicos, y que fue durante años el mercado central de frutas y verduras hasta la apertura de Mercabarna en el año 1971.

Sin embargo, la ciudad, que tiene vida propia y mantiene sus recuerdos del pasado aunque permanezcan ocultos, los desveló años después cuando se encargaron en el año 2006 las obras de rehabilitación de este edificio. Unas obras que dejaron ver los rastros ocultos de la antigüedad. Aparecieron las huellas de las tramas urbanas de las casas derribadas de la Ribera, provocando este descubrimiento un impacto emocional que consiguió modificar el uso futuro del edificio. Las obras de rehabilitación se encargaron a los arquitectos Rafael Cáceres y Enric Soria. Un edificio que tenía que albergar una biblioteca que sería propiedad del Estado, pero que pronto se convirtió a pesar de los vecinos, en lo que sería un centro cultural. Un centro de difusión de la historia de Cataluña que gracias a un hallazgo cargado de simbolismo, los políticos interpretaron con el acento puesto precisamente en la guerra de secesión. Una obra que, según los vecinos, contribuía a la privatización del barrio y a la inclusión del mismo como eje turístico y escenario de una futura Barcelona llena de turistas. Un cambio de uso que provocaba la gentrificación de los vecinos del barrio de toda la vida. Una modificación urbanística que vino de la mano del Plan de Usos de Ciutat Vella, que abrigaba y daba soporte a esta transformación.

El control del espacio urbanístico de la ciudad y el uso de los edificios públicos siempre pueden generar conflictos de interés entre la ciudadanía y la administración. No estaría de más que en una fecha tan señalada como es el 11 de septiembre, se hubiera hecho un esfuerzo por aunar las sensibilidades e inquietudes que tiene el barrio con la administración. Esta última, que enfatizaba en recuperar la memoria histórica que representan los restos arqueológicos encontrados en el subsuelo del antiguo mercado, en contra de los requerimientos vecinales. Lamentablemente, en su día se podría haber redactado un proyecto que compaginara ambas demandas, la ciudadana y la sentimental política. Porque, precisamente, la arquitectura es el instrumento que tiene razón de ser para ser útil en estos casos, es decir, para acomodar las funciones y las peticiones que aunque nos puedan parecer dispares, no lo son. Compaginando diferentes usos a través de una correcta definición del espacio arquitectónico, dibujándolo de una manera funcional y armoniosa y, al mismo tiempo, hermanando eficientemente ambas inquietudes. Una propuesta que hubiera convertido un edificio público en un edificio útil, y máxime si pensamos que en su día se invirtieron más de 100 millones de euros en incorporar un centro cultural que, parece ser, se ubicó casi con calzador. Una alternativa que pudiera ser posible y que aún hoy en día nos hace reflexionar.