Los candidatos a las municipales han entrado en la loca carrera de exigir a sus adversarios que digan con quién pactarán. Casi se diría que es un remake de Juego de Tronos. Cada día que pasa se intenta erosionar al contrario y afearle sus intenciones, se conozcan o no. Ese es un detalle nimio, sin importancia. Quizás, los candidatos municipales, han entrado en ese estado de apatía que representa la campaña por las generales. Su protagonismo se ha visto reducido al máximo, y han dejado la palestra mediática a sus compañeros de partido que juegan otra liga.

Sin embargo, no todos los candidatos han cedido este protagonismo. Y señalo a Jaume Collboni y a Ernest Maragall. Ada Colau se ha quedado jugando sola en la esquina, haciendo aspavientos para que se la vea en forma de vídeos de escaso gusto y con un lenguaje paternalista. Manuel Valls se siente acorralado por VOX, que le persigue por doquier después de su viaje a la Plaza de Colón. Josep Bou se parapeta tras Cayetana Álvarez de Toledo para arañar segundos televisivos aunque algún saludo fascista en la UAB le acabe rompiendo el muñeco de la confrontación que agita con entusiasmo junto a los intolerantes antisistema que se camuflan bajo el independentismo para ocultar lo que son: totalitarios.

Maragall y Collboni van a la suya. Se han puesto en posición con el viento de cola de sus respectivas marcas para auparse a la victoria en el ayuntamiento. Las encuestas sonríen a Ernest Maragall, que ha decidido ejercer de alcalde antes de las elecciones, aunque está algo falto de iniciativas de calado mediático como las que se sacaba de la manga su hermano Pasqual, marcando la agenda política y azuzando un debate vivo en la ciudad. Jaume Collboni, por el contrario, ha apretado el acelerador. Las generales le permiten visibilidad como responsable de política municipal de los socialistas y como se dice en el argot “pica piedra”.

Pasito a pasito, sin estridencias, se está colocando en la pool position. Sabe que la debilidad de los Comunes puede redundar en el PSC, marca moribunda que ha renacido, y que el tridente de candidaturas independentistas tiene perplejos a un buen número de votantes de aquello que otrora se llamó Convergència i Unió. Lo decía un dirigente empresarial en un almuerzo la pasada semana. Siempre votó por los nacionalistas, “ahora no tengo dudas, votaré Collboni”. Por si fuera poco, el candidato socialista plantea propuestas concretas, alejadas del mundanal ruido del monotema catalán. Propuestas de ciudad, acertadas o no, pero propuestas al fin y al cabo para revitalizar un debate sobre el modelo de Barcelona que la gestión de Ada Colau lo ha enterrado cerca de las ruinas de la Barcelona romana.

En el mundo independentista, cuatro candidaturas mirándose de reojo. Maragall que asume el liderazgo, la CUP que riega su jardín sin más aspiraciones, y Artadi y Graupera. Los dos candidatos de la derecha independentista juegan sus cartas sin caer en la cuenta que ni Artadi ni Graupera son Trias, y que sus votantes están huérfanos. Graupera se ha subido al carro de la ANC, aunque ahora la ANC se pone de perfil ante el sonoro trompazo que se avecina, con un discurso mesianista sin mesias. ¿Y Artadi? Se marca sola. Su paso por la campaña es tangencial brillando por la ausencia de propuestas. Jordi Ébole hizo un debate entre Colau y Valls en Salvados. Eligió a dos candidatos mediáticos y está en su derecho. Pero, tal y como van las cosas, estaría bien un debate Maragall y Collboni porque son los únicos que pueden ser alcaldes. Aprovecho la ocasión para pedirlo. Los barceloneses lo agradecerán.