El 11 de septiembre se conmemoran diversas efemérides: el golpe de Estado del general Pinochet contra el gobierno de Salvador Allende en Chile; los atentados contra las torres gemelas de Nueva York. También hay quien celebra la Diada, convertida desde hace un tiempo en aquelarre independentista. La celebración consiste en ocupar algunas calles de Barcelona ondeando banderas diversas teóricamente de forma pacífica, aunque muchos vociferan amenazas contra los “traidores”, es decir los que no piensan como ellos.

Es, pues, el día indicado para recordar la canción de Brassens titulada La mala reputación. El texto francés habla directamente de la fiesta nacional francesa, el 14 de julio, pero la traducción que canta Paco Ibáñez supera el localismo francés y universaliza el asunto para hablar simplemente de la “fiesta nacional”. Cualquiera. “Cuando la fiesta nacional, yo me quedo en la cama igual”, dice esta versión, y recuerda: “En el mundo no hay un mayor pecado que el de no seguir al abanderado”.

Aunque la cosa va de baja, sigue habiendo gente que mira mal a quien no sigue al abanderado y se queda en la cama antes que ir a una manifestación encabezada por el propio gobierno, en una demostración de que detrás de un patriota hay, con harta frecuencia, una nómina pública.

En cualquier caso, el 11 de septiembre es festivo en Cataluña y no consta que haya ningún asalariado, por más que se oponga a la independencia o incluso al estatuto, que se muestre dispuesto a trabajar en ese día aduciendo que se trata de una fiesta que no le dice nada.

Los trabajadores saben que un trabajo es una venta de tiempo a cambio de un salario y que se trata de lograr que el salario sea lo más alto posible y el tiempo a vender, el menor. En realidad, un ser humano no es más que tiempo, si tiene que vender mucho, dispone de menos para sí mismo (lo que incluye sus relaciones con los demás).

La izquierda, desde Marx y Bakunin, ha teorizado sobre la venta del tiempo y la explotación y alienación que supone. Y los sindicatos de izquierdas han batallado por reducir las jornadas de trabajo.

Y de pronto llegan unos patriotas sin causa y descubren la sopa de ajo sin ajo: en la fiesta nacional hay que manifestarse a favor de los que mandan; hay que seguir la bandera con la que los del 3% tapan sus vergüenzas y, sobre todo, hay que trabajar incluso en días festivos, pero no el 11 de septiembre, sino el 12 de octubre, porque se trata de una celebración sin tradición e inconsistente. Es lo que hicieron en 2016 seis concejales de Badalona que ahora han sido juzgados, no por trabajar, en realidad como ellos mismos han reconocido ante el juez, no dieron un palo al agua, sino por desobedecer la orden de un juez y romper la comunicación judicial públicamente.

En sus declaraciones adujeron que ningún trabajador fue al Ayuntamiento ese día. Claro: ningún trabajador regala horas por la cara y menos en festivo, cuando se pagan doble. O se pagaban, porque ahora los empresarios, aprovechando una legislación abusiva votada por los amigos de Torra, imponen a los asalariados horas extras que no pagan ni doble ni sencillo, sin que las medidas para combatir este robo decretadas por el Gobierno central (el de Cataluña anda atareado en otros misterios) resulten demasiado efectivas. Por eso los trabajadores no trabajan la festividad de la Virgen del Pilar, aunque esa virgen no les diga nada o les diga tan poco como la de las Mercedes o la de Montserrat. Por cierto: todas son la misma. Sólo cambia la denominación de origen.

En fin, por seguir con la fiesta nacional, las vírgenes y el derecho a la disidencia. El estribillo adaptado al castellano señala: “A la gente no gusta que uno tenga su propia fe” y termina con una versión bastante libre, pero que respeta el espíritu del texto de Brassens: “No hace falta saber latín, yo ya sé cual será mi fin. En el pueblo se empieza a oír: muerte al villano vil”. En la versión catalana: “Bon cop de falç”.