Escalera de acceso al refugio / Inma Santos

Escalera de acceso al refugio / Inma Santos

El pulso de la ciudad

Un refugio a los pies del Mas Guinardó

El túnel, bien consevado, contaba con luz y agua

18 noviembre, 2018 10:19

Noticias relacionadas

En la calle Antic del Guinardó, a los pies del Mas Guinardó, una puerta metálica con un candado se cierra sobre una pared de obra vista. Nadie diría que tras ella se esconde un trocito gris y oscuro de la historia del barrio… y de esta ciudad. “Estamos ante una auténtica joya histórica”, afirma Juanjo Fernández, vecino de Horta-Guinardó y miembro de El Pou (Grup d’Estudis de la Vall d’Horta i la Muntanya Pelada), mientras introduce la llave en la cerradura. La puerta chirría al abrirse y la curiosidad acecha al visitante en la penumbra a los pies de una escalera. Descender por ella supone dejar atrás el presente y retroceder escalón a escalón unos 80 años parar revivir en la penumbra el sangriento episodio de la Guerra Civil.

Barcelona fue durante este conflicto un banco de pruebas de eso que llaman el “arte de la guerra” y entró en la historia como la primera ciudad en la que se pusieron en práctica los bombardeos sistemáticos contra la población civil. Los casi 200 ataques lanzados por el ejército aéreo alemán y el italiano causaron 2.500 víctimas mortales y 3.200 heridos.

La vida cotidiana se vio cruelmente trastornada y con la moral muy tocada la sociedad civil y las autoridades tuvieron que movilizarse para protegerse de una novedosa amenaza constante, día y noche. Se creó la Junta de Defensa Pasiva y las Juntas de Defensa Local, que tomaron medidas y se encargaron de la gestión y organización de un sistema de protección cuya construcción solo fue posible gracias a la colaboración y participación de la población civil: los refugios antiaéreos. Solo en Barcelona se han localizado más de 1.500: unos, en casas y edificios particulares eran privados y actualmente son inaccesibles; y de los públicos, solo unos pocos están abiertos y pueden visitarse oficialmente.

El túnel visto desde la sala principal del refugio / Inma Santos

El túnel visto desde la sala principal del refugio / Inma Santos


BARRIO REFUGIO

Lo cierto es que el barrio del Guinardó no sufrió un castigo aéreo demasiado severo. “Muchos barceloneses vinieron al barrio buscando precisamente su seguridad”, argumenta Joan Corbera, periodista e historiador y también miembro de El Pou. La distancia de esta zona de la ciudad al centro era significativa y no había en ella instalaciones militares importantes. De hecho, las baterías antiaéreas del Turó de la Rovira no entraron en funcionamiento hasta marzo de 1938 y su capacidad disuasoria era limitada.

Aun así, el barrio no bajó la guardia. Este refugio a los pies del Mas Guinardó es la prueba de que los vecinos de la zona tomaron precauciones y, como el resto de los barceloneses, se volcaron en la construcción de refugios. Muchos habilitaron los sótanos de sus casas y los pusieron a disposición de los vecinos --como el de la casa de la dirigente anarquista Federica Montseny--, también se aprovecharon construcciones como la mina de la Font del Cuento y se excavaron otros nuevos como los de la calle Amèrica y el de la Torre dels Pardals. Pero ninguno de ellos se ha conservado, excepto este, que tuvo que esperar a la remodelación del Mas Guinardó para que finalmente se planteara su recuperación.

En las paredes aún pueden verse algunas inscripciones de la época / Inma Santos

En las paredes aún pueden verse algunas inscripciones de la época / Inma Santos


DOCUMENTACION DESTRUIDA

 “Al final de la guerra se procedió a quemar toda la documentación posible sobre los refugios por miedo a las represalias, de manera que se perdió gran parte de la información como planos, instrucciones de construcción… y mucho menos sobre cuándo se inició su construcción ni quién fue el promotor”, advierte Corbera. Como en el resto de refugios de la ciudad, el trabajo voluntario de los vecinos debió ser la principal mano de obra y gente cercana al entorno de la CNT, posiblemente sus impulsores.

Pese a los obstáculos, algunos documentos recuperados de la época han permitido corroborar que este es uno de los tres refugios que tenía a su cargo la Junta de Defensa Pasiva en la zona. Juanjo echa mano de sus papeles y, linterna en mano, recupera las notas sobre el acta de una reunión de abril de 1937 en la que la Junta se refiere a la construcción del refugio y acuerda: “establecer una cuota mínima de 2 pesetas cada semana por familia; establecer una hora de trabajo voluntaria para los que de buena voluntad y comprendiendo el sentido humanitario de esta obra quiera ayudar”. El refugio estaba abierto a todos los vecinos, naturalmente, pero había que colaborar…o eso, o pasar vergüenza delante de todos. “Se pondrá en lugar visible del refugio una lista de los vecinos en la que constará la forma en que colabora cada uno y otra lista en la que constará el nombre de los que, pudiéndolo hacer, no colaboran”, anuncia uno de los puntos de esa misma acta.

Acta para pedir ayuda a los vecinos para la construcción del refugio / Inma Santos

Acta para pedir ayuda a los vecinos para la construcción del refugio / Inma Santos


Todos los ciudadanos se sintieron en aquella época orgullosos arquitectos: los hombres construían, mientras las mujeres y los niños sacaban la runa al exterior. Sin la participación ciudadana ni este, ni ningún otro refugio hubiera sido posible, por ello a menudo se apelaba a la conciencia ciudadana con llamadas como esta de la Junta de la zona: “Colabora, compañero. Piensa cuánta satisfacción te dará si llega el caso de bombardeo estando tú fuera de tu hogar al pensar que los tuyos están bien cobijados en un refugio en el que tú has colaborado. Si no quieres hacerlo para los tuyos por sentirte ya seguro en tu casa, hazlo para los familiares de tus compañeros pues también da satisfacción este poder”, lee con atención, a la tenue luz de una bombilla Juanjo Fernández.

EN EL OLVIDO

Después de la guerra, el refugio, como tantos otros, cayó en el olvido. Sin embargo, siempre estuvo allí. “Cuando lo recuperaron, muchos vecinos y vecinas del barrio recordaban su existencia y algunos de ellos explicaban sus aventuras vividas en esos pasadizos, incluso después de acabar el conflicto”, apunta Joan Corbera. La Dirección General de Protección Civil, incluso llegó a dibujar en 1969 un plano con el trazado original completo, del que desapareció secretamente un buen tramo durante los años 90 con la edificación del bloque de viviendas de la calle Flors de Maig. Ya no queda ni rastro, pero en esta vía precisamente se encontraban dos de los accesos a pie de calle con un primer tramo en curva para evitar que la onda expansiva y la metralla de una posible explosión provocaran daños en el interior.

El tercer acceso, el de la calle Antic del Guinardó, en el que ha empezado esta visita, es el único que se ha conservado y el más complicado, ya que había que salvar un fuerte desnivel del terreno. Esta entrada, sin embargo, ha sufrido alguna que otra modificación. Así, por ejemplo, la ampliación de esta calle debido a la urbanización de la plaza de Salvador Riera se comió en su día 1,5 metros del primer tramo de la galería de esta entrada.

50 METROS Y 32 ESCALONES

El olor a humedad recibe al visitante a la tenue luz de las luces instaladas tras su rehabilitación y le acompaña pasillo abajo en un recorrido de 32 escalones, casi 50 metros de túnel de 1,10 metros de ancho y 1,90 de altura, hasta la sala donde la gente esperaba el final del bombardeo, a unos 11 metros de profundidad. Para llegar, hay que superar un primer tramo de 13 escalones, justo hasta donde el túnel gira 90 grados a la derecha y se inicia un nuevo tramo que serpentea ligeramente hasta un pasillo central.

El refugio se construyó con ladrillos / Inma Santos

El refugio se construyó con ladrillos / Inma Santos


El túnel está bien conservado, las paredes son de obra vista revestidas de ladrillo macizos y huecos, y el suelo está cubierto con cemento. El techo se levanta sobre la típica volta catalana semicircular, también de ladrillo, tal y como recomendaban las instrucciones de construcción de los refugios. Los diferentes tipos de cemento y de ladrillos responden a la escasez de materiales de construcción en la época. Poco a poco, la pendiente de la gruta se suaviza y los escalones se alargan a medida que se acerca al final hasta desembocar en una galería sin desniveles. Allí aguardaba la gente mientras afuera acechaba la lluvia de proyectiles bajo un cielo gris y humeante. Aún se conservan a lado y lado de la estrecha sala, los soportes de ladrillo que aguantaban los bancos de madera para sentarse; tres a cada lado. Niños, adultos y ancianos… unos frente a otros, consolándose en silencio, asustados y a la vez desafiantes, con un objetivo común: salvar sus vidas.

Desde esta galería, girando a la derecha se abre otro túnel de unos 12 metros que queda interrumpido por una pared de cemento y tierra. Son los cimientos del edificio que se levantó en la calle Flors de Maig. Al otro lado de ese muro, ya no queda ni rastro de los otros dos accesos ni del túnel que comunicaba con ellos y desembocaba en el corazón del refugio.

Uno de los túneles del refugio / Inma Santos

Uno de los túneles del refugio / Inma Santos


Después del tramo de escaleras, a la izquierda el túnel se alarga unos 10,8 metros. En esta pared se encuentra la entrada a dos habitaciones de unos 2 metros por 1,5 metros excavadas en la roca que servían, probablemente, como enfermería. Se han conservado incluso los soportes que permitían poner una cortina para separar los dos cubículos y procurar algo de intimidad a los heridos, en caso de necesidad.

A la derecha de la galería central, donde acaba la zona recubierta de obra vista, el túnel avanzaba unos cuantos metros más a través de la roca virgen sin revestimientos, lo que hace pensar que cuando el refugio dejó de utilizarse aún seguían trabajando en un tramo inacabado.

Tramo inacabado de una nueva galería excavada en la piedra / Inma Santos.

Tramo inacabado de una nueva galería excavada en la piedra / Inma Santos.


28 PUNTOS DE LUZ Y 61 GRAFITTIS

Sin lugar a dudas, su construcción cumple con las características del sistema ideado por el ingeniero Ramon Perera por encargo de la Generalitat de Catalunya para protegerse de los bombardeos. Un diseño de defensa pasiva que en su momento no convencía a todos, pero que ingenieros y arquitectos actualmente califican de estructuras muy avanzadas para su tiempo y de elevada efectividad. Eran auténticas obras de ingeniería pensadas hasta el último detalle, como nos demuestra este refugio.

Aún se puede ver el humo que dejaron las llamas de las velas / Inma Santos

Aún se puede ver el humo que dejaron las llamas de las velas / Inma Santos


La red de galerías disponía de luz eléctrica. Se han contado 28 puntos de luz --algunos aún conservan el aislante—en el techo o en la pared. También disponía de un equipo eléctrico o generador que probablemente se encontraba en el armario situado junto a las estancias que servían de enfermería, justo bajo la inscripción en la pared donde puede leerse, en mayúsculas: “NO TOCAR PELIGRO DE MUERTE”. Durante los bombardeos se podían producir cortes de luz, pero está claro que la iluminación no faltaba en el interior: aún puede apreciarse el tizne negro del humo de las llamas de las velas a lo largo de la pared.

También el problema del agua parecían tenerlo resuelto. En la escalera que conduce al interior del refugio, Juanjo y Joan se detienen en el escalón 19 y tiran de una tapa que deja al descubierto una cisterna cuadrada excavada en la roca y por donde se intuye el paso del agua. Posiblemente “sirvió para recoger agua potable de la capa freática, pero también para que el agua se filtrara hacia abajo y evitar que corriera hacia el interior de la galería y no se inundara”, explica Juanjo.

El canal de agua que corre por debajo de la cisterna / El Pou.

El canal de agua que corre por debajo de la cisterna / El Pou.


Es difícil saber para cuántas personas estaba capacitado este refugio --“no se ha encontrado ningún carnet de ningún usuario”, asegura Juanjo--, pero hay pruebas evidentes de que, pese a no ser una zona muy castigada, los vecinos lo utilizaron. Prueba de ello son los 61 graffitis que se han localizado en las paredes. Firmas, números de los cálculos para la construcción, dibujos, nombres propios de personas de otra época: Joan Güell, Joaquina Bobero, Ricardo Ventura, Margarita… y frases incompletas que se ha llevado el tiempo: “Refugi CNT…”, “El que copie…”

Interior de la cisterna excavada en el escalón 19 / El Pou.

Interior de la cisterna excavada en el escalón 19 / El Pou.


En definitiva, este refugio es historia viva del barrio y de la ciudad que merecería estar, como el Refugio 307, el de la plaza del Diamant o el del Palau de les Heures (aunque en este caso se necesita pedir permiso por partida doble, al Palau y a la diputació), al alcance de los ciudadanos. “Desde el Pou siempre hemos defendido que este refugio del Guinardó se pueda visitar, traer incluso a niños a través de las escuelas”, afirma Juanjo. Ocasionalmente este grupo de historia ha organizado alguna visita guiada complementada con contenido audiovisual sobre el contexto histórico e información documental contrastada. De hecho, se han ofrecido para hacer ellos mismos esas visitas, “pero no podemos hacerlo sin la implicación del Ayuntamiento, no podemos hacerlo por nuestra cuenta por un tema de seguridad. No deja de estar bajo tierra, ¿y si pasara algo, sobre todo si son escolares?”, se lamenta Joan. “Nos gustaría que este refugio se considerara parte del Mas Guinardó y que se ampliara el seguro de la masía a esta zona para poder regularizar las visitas”.