Conocí a Eugenio Trías un mes de septiembre de 1994, cuando la Universitat Pompeu Fabra daba sus primeros balbuceos, al inicio de mi carrera de joven profesor. Hasta el año 2000 coincidimos mucho porque le pedía consejo profesional, él era generoso con su tiempo, y le gustaba pensar juntos.

Es reconocido por buena parte de la crítica como el pensador de escritura hispana más importante desde Ortega y Gasset, y en 1995 fue condecorado con el Premio Nietzsche, considerado como el Nobel de Filosofía. Se lo llevó una cruel enfermedad en 2013 y fuimos amigos hasta el final. No soy una excepción porque, siendo de Barcelona, mucha gente conoció a Eugenio, tuvo ocasión de escucharle o de estar juntos.

Es fácil encontrar obra de Trías en las librerías de la ciudad. Fue conocido como el filósofo del Límite y un pionero en el análisis crítico de Vértigo, la inquietante película que Alfred Hitchcock estrenó en 1958, protagonizada por James Stewart (Scottie Ferguson) y Kim Novak (Madeleine-Judie Barton). Con los años, la crítica reconocería en Vértigo la obra maestra del maestro del suspense y su banda musical –de Bernard Herrmann–, un clásico de la música orquestal.

Mientras que la filosofía del siglo XX sostiene que la angustia existencial es la emoción característica del hombre, Eugenio Trías comprendió que lo es el vértigo, pues lo consideraba el sentimiento que surge cuando adquirimos conciencia de que estamos suspendidos de un límite. Barcelona no es la ciudad de la angustia, pero puede que sea la ciudad del vértigo.

Desde su vivienda de la calle Conde de Salvatierra, y desde su atalaya como presidente del Consejo de Cultura del diario Mundo, Eugenio Trías hizo sus reflexiones sobre la ciudad y sus murallas, sobre la funesta manía de pensar y sobre aquel Pujolismo que todo lo dominaba entonces. Desde aquella posición tan barcelonesa postuló el vértigo como “ese agujero ontológico que comparece como único fundamento de que existimos sin que nadie nos haya consultado.” También conoció y criticó a fondo otra de nuestras filosofías políticas: el Maragallismo.

No le dio tiempo de entrar a la crítica del modelo de Ada Colau, donde lo que debe teorizarse es cómo se gobierna desde la calle sin disponer de mayorías electorales. No sabemos hacia dónde va Barcelona, con sus políticas anti-turismo, anti-macrocongresos, anti-terrazas y anti-coches. No sabemos cuál es la política de vivienda social ni por qué se gasta tanto en consultar cosas que el ciudadano no desea. No sabemos demasiadas cosas.

¿Qué diría el fino olfato del filósofo político del vértigo? ¿Y si Eugenio Trías levantara la cabeza, a qué atribuiría el cáncer político que domina la escena? Apuesto a que nos mira, sonriente, porque sabe que estamos ante una obra maestra del suspense, “con la sensación de hallarnos colgados de un alambre que nos mantiene en la existencia, pero que nos insta y apremia a un salto suicida hacia un abismo que nos sobrecoge.” Y, desde esa posición, nos desea suerte.