En el viejo Wembley. En el templo del fútbol inglés. En la gran catedral del fútbol. El 20 de mayo de 1992, ahora hace 25 años, cambió la historia del Barça. El club, golpeado por las dos finales de la Copa de Europa que había perdido en 1961 y 1986, una por mala suerte (Benfica) y la otra de forma vergonzosa (Steaua de Bucarest), enterró todos los fantasmas con el gol de Koeman, posiblemente el más importante de sus 118 años de vida.

El Barça entró en el club más selecto del fútbol europeo después de muchos fiascos. En Londres, en el escenario más emblemático, ganó una final más dramática que exquisita, gracias a una acción atípica del Dream Team: una jugada de estrategia.

Un cuarto de siglo después, todos los barcelonistas de 30 o más años saben donde estaban aquel día. Y recuerdan, perfectamente, el minuto 111. Ese instante mágico que tumbó a la Sampdoria y premió la obra, revolucionaria, de Johan Cruyff. Hoy, el legado del genio holandés, que falleció hace un año, sigue muy vivo en cada rondo, en cada jugada bien elaborada... En tantos detalles. En tantos momentos.

El Barça de Cruyff, entre otros títulos, siempre será recordado por las cuatro Ligas que encadenó entre 1991 y 1994, pero sobre todo por su victoria en Wembley. Ese 20 de mayo tocó el cielo y dos años después sufrió una dura derrota (4-0 contra el Milan en la final de Atenas) que tardó mucho tiempo en cicatrizar y activó las tensiones entre el técnico y Josep Lluís Núñez, el constructor que presidió la primera entidad deportiva de Cataluña durante 22 años.

Cruyff, Dios para sus futbolistas, implantó el método, pero el camino hacia el éxito tuvo algunos baches y muchas turbulencias. La eterna división (los famosos ismos) lastró al club y el Barça tardó 14 años en ganar su segundo gran título europeo. Desde entonces (2006), el equipo ha conquistado tres Champions más, pero algunos males endémicos siguen instalados en los despachos del Camp Nou. En el campo, en cambio, el guión está claro. Puede haber matices, pero el modelo no se discute. Wembley, siempre Wembley, es la referencia.

El Barça presume en el siglo XXI de Messi, Suárez y Neymar, tres delanteros estratosféricos que definen al equipo azulgrana. Hace 25 años, la afición azulgrana veneraba a Guardiola, Bakero, Koeman, Stoichkov y Laudrup, pero también admiraba a Zubizarreta, Ferrer, Eusebio, Amor, Salinas y Begiristain. Ellos acabaron con la eterna maldición. Ellos simbolizan un Barça más genuino y cercano. El pesimismo, un estado de ánimo intrínseco en la mentalidad culé durante el siglo XX, evolucionó hacia una visión más optimista de la vida.

Hoy, el fútbol ya no pertenece al pueblo, es un negocio global. El aficionado es un simple cliente. Los ingresos por las cuotas de los abonados y por taquillaje son insignificantes al lado de los grandes acuerdos comerciales y los derechos de televisión. Los futbolistas viven en una burbuja y las estrellas son prácticamente inaccesibles. Si quieren transmitir un mensaje, lo hacen a través de las redes sociales. En 1992, en cambio, era habitual que un jugador compartiera sus intimidades con un periodista y que Stoichkov bromeara o discutiera con un informador. Todo era mucho más lógico, aunque el Barça ya era un fenómeno paranormal. Y si no que se lo pregunten a Koeman, que había ganado una Copa de Europa con el PSV. Él, mejor que nadie, sabe que la de Wembley fue otra historia. Una historia maravillosa.