Hacía tiempo que quería escribir este artículo, o quizás no exactamente este, sino un artículo dedicado a este asunto. Me quedé pensando en ello, tomé algunas notas incluso, cuando leí la crónica del compañero Pablo Alegre titulada Los móviles mataron al rock’n’roll, a propósito del concierto de los Stones en Barcelona, a finales de septiembre. Después, los avatares del procés nos atropellaron a todos, con consecuencias que aún resultan difíciles de vaticinar, y escribir sobre cómo la tecnología nos está cambiando la vida parecía, como mínimo, una frivolidad.

En su reseña de lo que fue aquella noche en el Olímpic, Pablo se lamentaba de que el masivo uso de los dispositivos móviles, en este caso como cámaras de foto y vídeo, había conseguido un efecto devastador sobre lo que en otros tiempos se hubiese vivido como un clima roquero contagioso, agitador, canalla. Efecto similar al que el uso del móvil está obrando sobre casi todos los aspectos de la vida cotidiana.

Desde leer las noticias hasta contemplar una puesta de sol, pasando por las actividades más dispares, como pegar un polvo o disfrutar de una tarde de juego con tu hijo, no arrojan el mismo resultado si lo hacemos a través de una pequeña pantalla. La experiencia no puede ser igual, y de hecho no lo es. Lo vivenciado queda filtrado, porque en la utilización del móvil estamos introduciendo una interferencia, un filtro a través del cual la vivencia del momento no es la misma. Mientras miro la pantalla no puedo ver. Mientras sostengo el móvil en la mano no estoy ahí, sino a una distancia que multiplica la distancia de mis brazos.

La satisfacción del instante, de su contemplación, es cortocircuitada, a la espera de otra satisfacción, de tipo narcisista, que llegará en forma de likes cuando esas foto o esos vídeos sean compartidos en las redes (a)sociales. En el peor de los casos, cuando esos pulgarers arriba no aparezcan en la pantallita, entonces será el momento para el bajón.

Quizás también radique en esto la masiva atracción que los móviles despiertan en los seres humanos del mundo entero: en que nos permiten interpolar una pausa, un acceso a un no-tiempo en el cual todo queda suspendido, lo bueno, sí, pero también lo que experimentamos como desagradable, angustiante, amenazador, incierto.

Vivir, que debería ser una experiencia a menudo relacionada con el placer, y usar el móvil no son actividades compatibles. Al menos si ese es el sentido que pretendemos darle a nuestra vida. Puedo parecer viejuno con esta afirmación, pero, por desgracia, cada día son más las personas que llegan hasta las consultas de distintos profesionales de la salud para pedir una ayuda que les permitan desengancharse.