Si en un día ocioso nos diera por visitar la Sagrada Familia y subiéramos a la torre más alta del templo nos impresionarían las vistas. Quizás lleguemos a pensar que tenemos toda la ciudad a nuestra disposición con breves giros en nuestra mirada. Pero no sería cierto. También hay Barcelona más allá de los límites que nos marca la silueta de la sierra de Collserola. Aunque no nos sintamos demasiado culpables por este despiste. En el fondo, se trata de un desinterés habitual y endogámico de la mayor parte de la ciudadanía barcelonesa y, sobre todo, de los responsables de las Administraciones locales de los municipios que se reparten el territorio natural y urbano de la cordillera.

Solo la población de los barrios que pertenecen a Barcelona supera las 4.600 personas, sin contar con la de los municipios colindantes. Collserola es un Parque Natural que ha sufrido una explotación urbana sin parangón, en comparación con el resto de Parques Naturales del Estado. Precisamente por esta colonización desproporcionada del mundo urbano sobre un espacio natural de especial interés en la zona, en 2010 es integrado en la red de espacios protegidos con la catalogación de la que goza ahora. Hablamos de unas 11.000 hectáreas situadas justo en el medio de la mayor conurbación de España, solo superada por Madrid. Al fin y al cabo, hablamos del gran parque metropolitano de Barcelona.

Sin embargo, históricamente siempre fue tratado como un territorio barrera dispuesto a ser superado, tanto desde la perspectiva de las infraestructuras, con una autopista, una vía férrea, numerosas líneas de alta tensión, carreteras y equipamientos, como el parque de atracciones del Tibidabo, que concentran un claro exceso de tráfico y contaminación ambiental y sonora para un paraje natural protegido. Durante el transcurso de la colonización urbana de la montaña, se fundaron más de 20 barrios y núcleos de habitantes que hoy en día se encuentran en una situación de insuficiencia respecto de su integración urbana, con el resto de la ciudad. Pero también respecto de los riesgos que supone la sobreurbanización de un terreno montañoso sin un plan de ordenación y protección especial e integral.

Hace poco más de dos años, buena parte de los vecinos más inquietos de los barrios se movilizaron creando la Plataforma Barris de Muntanya para encargarse de la faena de la que se han desentendido los responsables políticos: diagnosticar las insuficiencias del territorio desde la perspectiva vecinal. Tras diversas jornadas de trabajo lograron consensuar un análisis en cuatro ejes que supone un verdadero reto para la Barcelona del siglo XXI.

En primer lugar, como se trata de una unidad territorial cohesionada con la montaña, su gobernanza debería ser delimitada por esta unidad. Hoy en día tanto el Parque, como los barrios están divididos entre los diferentes municipios del área metropolitana colindantes con el Vallès y necesitan una autonomía que revierta la fragmentación. Por otra parte, Collserola debe tener un plan de protección que haga sostenible la reproducción natural del Parque en armonía con un ecosistema social particular, con un plan de seguridad ambiental, reducción sustancial del tráfico, con una apuesta inteligente y decidida por el transporte público y la red de carriles para bicicletas eléctricas, o la reducción de tendidos de alta tensión. En tercer lugar, se necesita una regulación urbanística actualizada que resuelva las afectaciones del Plan General Metropolitano del 76, basado más en criterios expansivos que de sostenibilidad. Por último, las infraestructuras que atraviesan el Parque deben ser revisadas y se necesita un plan riguroso que elimine sus efectos adversos e invasivos.

Algo sucede en esta época de cambios que hace proliferar la capacidad ciudadana para llevar la iniciativa política más allá de las instituciones. La vecindad de esa Barcelona por encima de la ciudad, más allá de la vista habitual, ha sabido organizarse e identificarse como co-productores de un urbanismo adaptado a unas condiciones especiales en lo que respecta a la sostenibilidad tanto del ecosistemas natural y como del social y su simbiosis. Ahora le toca a los responsables políticos dar respuesta, estar a la misma altura de la honestidad de la vecindad que es capaz de anteponer unos intereses que conforman una colectividad más allá de la suma de las individualidades. Esa que logra entender la ciudad como un todo, como un hábitat que debe ser cuidado con esmero para su conservación y en beneficio de todos.