Uno de los libros revelación de la temporada literaria ha sido Estabulario, publicado por la batalladora editorial Impedimenta. Un conjunto de relatos más que inquietantes del barcelonés Sergi Puertas. Si una de las misiones del arte es pinchar las pompas de jabón, este libro tiene una punta de bayoneta. Puertas es de esos artistas que crecen en las sombras creativas de Barcelona, trabajando sin otros enchufes que los que tiene en su casa para conectar el ordenador o el amplificador de la guitarra, lejos de los cócteles con ji ji y un poco de ja ja de la vida sociocultural. Músico, novelista, poeta… fue director de la revista El Víbora y tiene una mirada que muerde. En sus relatos, ambientados en un futuro que puede ser la semana que viene, el sueño de la tecnología se ha convertido en pesadilla: personas agobiadas por la tecnología enfrentadas a call centers telefónicos maquinales que dejarán que se hunda, la violencia convertida en reality show de máxima audiencia, la pérdida de empleo como caída en un sumidero del sistema donde no hay donde agarrarse para no ser tragado… Puertas puede ser un autor desencantado, pero visto lo visto, mejor el desencanto del cinismo de la postverdad y los teñidos de falso brillo rubio de los Donald Trump del mundo. Me dice Puertas que “esto es el sueño americano pero sin escrúpulos y en globalizado”.

Le pregunto: Con miles de amigos en Facebook, 80.000 millones de mensajes de whatsapp diarios… ¿Por qué nos sentimos tan solos? “Porque estamos más solos. Todos ahí metidos en nuestros bloques de cemento chupando Netflix, encerrándonos más aún en nosotros mismos cada vez que bajamos la vista al móvil. En vez de montar un grupo de rock, le enchufamos la guitarra al PC y nos lo guisamos solitos, y así todo. Las estadísticas dejan constancia de que cada vez hay más gente viviendo sola, ahí no hay tu tía. Hay más perros y más gatos, y por supuesto más herramientas para enviarse mensajitos, pero no nos despistemos: estamos más solos”.

Venía a decir Holderling –claro, era poeta- que donde crece lo que nos condena también nace lo que nos salva. Le pregunto si queda esperanza: “Visto el percal, yo esperanzas las justas, pero hay que pelearlo aunque sólo sea para no terminar como mis personajes. Ganar es un poco lo de menos, yo sigo haciendo el punk por una cuestión de salud mental. O peleas o terminas medicándote, que lo he visto. Perdemos seguro, pero mejor pelear”.

Quiero saber cómo ve Barcelona desde su mirada de taladro: “Pues yo soy de los que se han visto obligados a recular conforme los alquileres han ido poniéndose imposibles, y la ciudad me la he visto desde L'Eixample y desde Poble Sec y desde Sants y desde el Gótic y desde un montón de barrios más. Cada vez la veo desde más lejos y llegará el día en que ya no la veré porque a fuerza de huir me habré plantado en La Coruña. Ahora vivo en Cornellà y a Barcelona apenas voy por el mismo motivo que no voy a Disneylandia. En unos años veo más de lo mismo, más y peor. O bien un cataclismo tremendo, algo que no alcanzamos ni a imaginarnos y que provocará muchos muertos, algo que lo cambiará todo para siempre. A mí me parece preferible, ya por una cuestión de dignidad e higiene”.

Le pido que me señale cuáles son sus rincones más queridos, o más odiados… “Los rincones que más me han gustado siempre son los bares, y me conozco todos los que sirven tapas ricas en el extrarradio. El Sueño del Hospi, La Patata de Cornellá, El Lepanto de Sant Boi, La terraza de El Prat y así hasta mil. Allí la gente es de verdad, sé que suena imposible. Son la última esperanza blanca porque todo lo que molaba de Barcelona está kaput o se ha plastificado por completo”.

A mí Puertas no me parece un pasota. Me parece un romántico. Si grita desde la literatura y la música es porque el mundo que le rodea le duele. Nuestra salvación está en los que no se quedan indiferentes ante la desigualdad y el cloroformo social. Puertas no se calla y lo que dice no es cómodo de escuchar. Pero no nos olvidemos nunca de Unamuno cuando decía que “el silencio es la peor mentira”.