El pasado 28 de enero miles de personas salieron a la calle para ocupar La Rambla de Barcelona en una mañana de sábado que se convirtió en una fiesta vecinal en un espacio donde ya rara vez encontramos a residentes usándolo. La Rambla, más que otro espacio público en Barcelona, sincretiza muy bien uno de los grandes problemas, si no el principal, que vive la vecindad barcelonesa: la expulsión o segregación a la que le está forzando su propia ciudad.

La Rambla es habitada fundamentalmente por turistas, negocios y trabajadores que viven de y para la actividad turística. Es una evidencia que salta a la vista del transeúnte en cualquier mirada: la mayoría de sus edificios están dedicados al hospedaje temporal, sus comercios (incluida buena parte de sus paradas), su medio mercado – medio parque temático (la Boquería) tienen como comprador prioritario al turista. Gran parte de los pequeños hurtos de la ciudad se concentran aquí, la venta ambulante de estupefacientes, la prostitución más explotada, etc. Los vecinos de la ciudad lo saben y, por eso, eligieron este escenario para, ese día, denunciar que la alfombra roja turística está produciendo la exclusión paulatina de buena parte de los residentes de la Barcelona del siglo XXI, en una espiral que no hace mucho ruido pero que, incluso, en los últimos años está provocando la reducción de la población del municipio (unos 28.000 habitantes desde 2009).

Poco a poco se va escuchando un palabro que suena muy raro y funciona aún más siniestramente: la gentrificación, un anglicismo ininteligible hasta la fecha, que cada vez se hace más cotidiano, más en el boca a boca que en los medios de comunicación. Estrictamente se refiere a los procesos de sustitución vecinal de un lugar concreto por grupos o clases sociales con mayor poder adquisitivo, mediante el encarecimiento de las condiciones de vida necesarias para residir en él. Pero quizás, más interesante es hablar de los datos que están creando la realidad urbana que empujó a las organizaciones vecinales a impulsar a la ciudadanía a ocupar La Rambla la semana pasada.

Al margen de la evidente transformación de espacios públicos, sobre todo en distritos céntricos, como Ciutat Vella o l’Eixample, el auge turístico de Barcelona y, sobre todo, su gestión y descontrol, está teniendo una influencia directa sobre un bien básico e indispensable para la condición de vecindad: la vivienda. Tras 2007, cuando estalla la burbuja inmobiliaria, los precios generales de las viviendas comienzan a bajar, a un ritmo que, poco a poco se fue acelerando hasta que, a principios de 2014, comienza un cambio de tendencia claro, sobre todo, en el mercado del alquiler. A partir de este momento, en todos los distritos comienzan a elevarse los precios de la vivienda de alquiler a un ritmo rara vez experimentado durante las últimas décadas (más de un 20% de media en dos años).

Curiosamente, ese mismo año, 2014, coincide con la popularización de la plataforma AirB&B de promoción de la vivienda turística. Hoy, a principios de 2017, ya tres distritos (Sarrià-Sant Gervasi, Ciutat Vella y Eixample) han superado claramente los precios máximos alcanzados en 2007, mientras la media de la ciudad también ha alcanzado el mismo nivel de entonces.

La tercialización está transformado una de las ciudades más industrializadas del sur de Europa, empeorando las condiciones de vida de la ciudadanía

Comienza a suceder incluso que las mensualidades de muchas hipotecas ya son más baratas de lo que podría suponer el alquiler de un inmueble similar, animando a las familias a preferir endeudarse para vivir que vivir con los recursos de los que dispone. De nuevo se repite la historia que insufló la burbuja, pero en una situación social infinitamente más frágil. La reconversión de viviendas en establecimientos turísticos ha producido la elevación de la oferta de plazas turísticas (apartamentos legales e ilegales, hoteles, hostales, etc.) de unas 70.000 en 2008 a más de 140.000 en 2015, con unos niveles de ocupación que no cesan de batir records año tras año. Y mientras estamos en la Champions League del turismo mundial, hemos pasado, en el mismo periodo, de alrededor del 8% a poco menos de un 18% de paro en la provincia, además de una mayor inestabilidad laboral y en condiciones cada vez más precarias. La tercialización, cada día más extendida en Catalunya y aún más en Barcelona, está transformado una de las ciudades más industrializadas del sur de Europa, empeorando las condiciones de vida de la ciudadanía.

Tenemos menos trabajo, peor sueldo, más inestabilidad y, además, los espacios públicos de nuestro entorno urbano cada día nos son más ajenos, los productos básicos se encarecen, la vivienda se nos va de las manos y los edificios pierden su armonía comunitaria convirtiendo muchas de sus residencias en establecimientos de hospedaje de usar y tirar.

Barcelona, vanguardia mediterránea, cuna de las transformaciones sociales y artísticas, referente histórico de convivencia y solidaridad vecinal y trabajadora, lleva años girando la mirada hacia el visitante y dando la espalda a sus vecinos y trabajadores. Es hora de recuperarla, de reocupar sus espacios, de reinventar y redistribuir su riqueza, de dar oportunidad a su talento y de dejar claro que la ciudad no es solo un escaparate que más pronto que tarde acabará por sustituir su tejido social por un escenario ajeno a su vecindad.