Vaya, ante cualquier otra consideración, una declaración de principio: no me gusta escribir artículos contra algo o alguien. Prefiero hacer a deshacer, construir a derribar. Pero este artículo persigue un afán edificante, a pesar de la primera palabra que comanda el titular. O al menos mantiene la esperanza de agitar alguna conciencia, encender algún corazón, generar una reflexión aunque resulte desasosegante.

La idea de que el Ayuntamiento vaya a invertir 15 millones de euros durante los dos años próximos en un plan para que el Zoo de Barcelona siga adelante es sencillamente retrógrada.

Mantener animales enjaulados o en cualquier otra forma de cautividad para su exhibición, cuando transitamos la segunda década del siglo XXI, cuando es posible aprender más y mejor sobre la vida salvaje mediante una búsqueda en internet (ya sea para acceder a cualquier fuente bibliográfica o para ver uno de los miles de maravillosos documentales de acceso gratuito), resulta tan aberrante como lo sería seguir exhibiendo a seres humanos de otras razas o etnias en ferias internacionales, hecho registrado hasta hace no mucho en el desarrollo de la humanidad. ¿Qué diferencia hay entre asistir al enloquecido y febril paseo de un oso polar en apenas unos metros cuadrados de terreno o a la expresión tristísima de un gorila tras un cristal, y contemplar a un aborigen australiano o sudamericano, un albino, un negro, un jorobado o un enano, especímenes considerados rarezas en los zoológicos humanos del siglo XIX?

Carecer de sentimientos ante el sufrimiento de otro ser humano puede ser considerado desde un ejercicio de falta de empatía hasta la lisa y llana psicopatía. No parece igual la calificación de esa carencia cuando el otro es un animal. La supuesta superioridad humana -el sapiens predador que todos encerramos; véase la tesis espléndidamente desarrollada por Harari en el libro «De animales a dioses»- nos dota de esa anafectividad.

Pero basta con mirar a los ojos a cualquier animal de sangre caliente el tiempo suficiente, con el espíritu abierto, para darse cuenta de que tal superioridad es un efecto alucinatorio.

Carezco de información sobre cómo piensan los responsables del nuevo plan para el Zoo evitar el encarcelamiento de los animales, aunque dudo mucho de que sus ideas pasen por adoptar una decisión semejante. Más bien, dado que han hablado de “conservación”, intuyo que tratarán de que casi todo continúe como hasta ahora. Por conservar, podrían conservar también los freak shows donde se exhibían jorobados y otros tarados. Seguro que tendrían su público… conservador.