Neymar puede convertirse en el primer futbolista que se carga a dos presidentes del Barça. La confusa ingeniería financiera de su fichaje sentenció a Sandro Rosell y su salida del club ha puesto contra las cuerdas a su sucesor, Josep Maria Bartomeu, firmantes ambos de un vergonzoso pacto con la Fiscalía que penaliza a la entidad.

El Barça vive, hoy, días difíciles, convulsos, surrealistas incluso, para desolación de una masa social desconcertada por la decadencia del equipo. Neymar, posiblemente el futbolista que ha cobrado más comisiones de la historia, encuentra en sus ataques a la junta directiva la total complicidad de sus antiguos compañeros, aunque muchos socios y simpatizantes le consideran un nuevo “traidor” de la causa barcelonista. El nuevo Figo.

La gestión de la marcha de Neymar no ha podido ser más deficiente. En mayo, el club ya tenía noticias de las negociaciones del futbolista con el PSG. En junio, su deseo de fichar por el campeón francés alertó a toda la plantilla, que esperaba una reacción de la junta directiva. La cúpula del club, molesta con las constantes mejoras salariales exigidas por Neymar en los últimos años, intentó desactivar la operación con buenas palabras, pero en el recuerdo siempre quedará la sentencia de Jordi Mestre, un vicepresidente deportivo con muy pocas luces. Ese 200% que garantizaba su continuidad escuece mucho.

Bartomeu y Pep Segura, el mánager general del fútbol, no tuvieron capacidad de respuesta. Conocedores de los daños que causaría la fuga de Neymar, lo lógico hubiera sido atar el fichaje de Coutinho a principios de julio, cuando el Liverpool había tasado al crack brasileño en 70 millones de euros (la mitad que ahora).

Más esperpénticas han sido las negociaciones con Seri y el Niza. Cuando las tres partes ya habían cerrado un acuerdo y el futbolista se preparaba para viajar a la capital catalana, el Barça esgrimió “razones técnicas” para desactivar la operación. Sí se han pagado 40 millones por Paulinho, un futbolista con mucho músculo y poco glamour, y se negocia con Di María, lastrado por sus constantes problemas físicos, para frenar el malestar de Messi.

El distanciamiento actual entre el vestuario y los despachos del Camp Nou auguran una temporada movida, aunque es exagerado comparar el actual escenario con el motín del Hesperia. En aquel lejano 1988, los futbolistas del Barça pidieron la dimisión del presidente Núñez por sus discrepancias con los pagos a Hacienda. Las tensiones actuales son de otra índole, motivadas por la incapacidad de directivos y ejecutivos para regenerar una plantilla envejecida y descompensada. Si Laporta calificó a Rosell de “neonuñista”, Bartomeu se parece cada día más a Gaspart, con quien tal vez compite por ser el peor presidente de la historia del Barça.