Cada año mueren unas 660 personas en Barcelona por culpa del aire que se respira en la ciudad. Cuando aumenta la contaminación también se incrementa el número de muertes y de ingresos hospitalarios por problemas respiratorios o cardíacos. Y este año la situación ha empeorado en relación al anterior. La mejora de la economía de parte de la ciudadanía la ha llevado a utilizar con más frecuencia su vehículo particular y, con ello, ha contribuido a empeorar la calidad del aire que respiramos.

No se trata de especulaciones de ecologistas que quieren alarmar a la sociedad. Se trata de hechos constatados una y mil veces. Barcelona supera los límites que marca la Organización Mundial de la Salud y si se queda por debajo de los que fija la Unión Europea es porque son excesivamente laxos.

Por ello, no es nada justificado burlarse de los japoneses y japonesas que nos cruzamos por la ciudad con una mascarilla que les cubre la nariz y la boca. O los ciclistas que hacen lo propio. Hay zonas especialmente peligrosas. Por el cruce de Balmes con la Gran Via de les Corts Catalanes circulan diariamente unos 40.000 vehículos y las partículas contaminantes multiplican por ocho las de zonas con menos tránsito.

Es evidente que algo hay que hacer. ¿Bastarán las medidas anunciadas por el consistorio con el objetivo de renovar el parque móvil y retirar de circulación los vehículos más contaminantes? No. Hay que ir más allá. 660 muertes prematuras lo exigen.

Caminar, echar mano de la bicicleta, emplear el transporte público, enverdecer las fachadas y tejados de nuestros edificios, quitar cemento y sustituirlo por árboles, más zonas peatonales, pagar por acceder en vehículo privado al centro de la ciudad,… No está claro que los coches eléctricos aporten la solución deseada. Las ruedas de los coches, aunque pueda no parecerlo, también levantan partículas contaminantes.

Vivir en una gran ciudad tiene ventajas e inconvenientes. Muchas ciudades europeas han sabido derrotar al inconveniente de la contaminación. Otras, no. La de Manchester, víctima de la locura terrorista el pasado lunes, es una de las muchas que sufre una contaminación desbordada.

Hay que luchar solidariamente contra el terrorismo. En las ciudades europeas mueren anualmente de forma prematura unas 432.000 personas como consecuencia de la contaminación. Hay que ganar esa guerra también.