Si quieres conocer la superficie de una ciudad, te puedes subir al bus turístic y dar vueltas hasta que te marees. Si quieres saber cómo palpita de verdad por dentro y cómo vive la gente que la habita, busca su mercado. Un mercado es un planeta en miniatura: atraviesas la región del frío de las pescaderías con sus montañas de hielo, el país tropical de mil colores de las frutas y verduras, la isla de las legumbres en remojo y los encurtidos, la república roja de las carnes… Siento unas ganas irresistibles de irme de excursión por los mercados tras leer el libro “Mercats de Barcelona” escrito por la historiadora Matilde Alsina y Genís Arnàs, una de las personas que más saben y con más pasión viven desde hace 30 años el mundo de los mercados. Nos llevan de paseo por la historia pero también por las historias de los doce mercados inaugurados en la ciudad en el siglo XIX y que siguen siendo señas de identidad comercial y cultural de Barcelona: Encants, Boqueria, Santa Caterina, Born, Sant Antoni, Barceloneta, Hostafrancs, Llibertat, Concepció, Clot, Poble Nou y Gràcia. Cada mercado tiene su propia historia, todos tienen un aire de familia y todos son distintos.

Nos explican que Els Encants, con seiscientos años de historia, son mucho más antiguos como mercado de ocasión que el Rastro de Madrid y que “l’encant” es la venta por el procedimiento de subasta. Leemos que el Mercat del Born, cuyo origen como mercado al aire libre se remonta a la Edad Media, fue construido a mediados del XIX tomando como modelo el mercado de Les Halles de París. Relatan cómo el de la Barceloneta fue un mercado muy castigado durante la Guerra Civil, principalmente por la aviación de la Italia fascista, por su proximidad al puerto y a fábricas como Vulcano o La Maquinista. En el 16 de septiembre de 1938 se lanzó un ataque brutal contra el barrio y sonaron con insistencia las sirenas de alarma aérea. Sin embargo, muchas mujeres que estaban en el mercado delante de las paradas se negaron a correr a los refugios porque en medio de una Barcelona donde escaseaba ya todo, ese día habían llegado suministros y no querían dejar la mesa de su casa vacía. Una bomba cayó en el mercado y unas cuantas de ellas murieron. El libro nos habla del auge de los mercados durante la Guerra Civil, como expresión de un servicio ciudadano democrático en que en todos los barrios, fuera cual fuese su nivel económico, dispondrían de abastecimiento de alimentos frescos de primera calidad. Y resultan conmovedoras las imágenes de esas multitudinarias Fiestas de la Primavera en que se elegía la Pubilla dels Mercats en un gran baile de gala en el Palau de Belles Arts.

La Boqueria no sólo es el mercado del Raval, sino, de alguna manera, el mercado de toda Barcelona. Todavía tener en la mesa productos de la Boquería es un plus. Nos cuentan que su historia es tan antigua que se pierde en los vericuetos del pasado. Como mercado al aire libre se encuentra documentada su existencia ya en el siglo XIII en la Rambla de Barcelona, aunque el mercado construido tal como lo conocemos data de 1830. Yo, que cuando tenía 20 años acompañaba a mi padre, que trabajaba en un restaurante, a hacer la compra, tengo un recuerdo de la Boquería como un lugar de trabajo, de trajín y de sorpresas diarias. La temporada de las setas había novedades cada día según se hubiera dado la tarea de los boletaires y las setas llegaban oliendo aún a musgo, y un día de febrero llegaban los guisantes, y un par de semanas después las habas… en junio aparecía a veces un señor muy mayor con una cesta y traía un pequeño tesoro: fresitas del bosque. Al pasar ahora por esas Ramblas donde mandan los puestos de helados artificiales y tiendas de souvenirs made in China, me produce cierta desazón ver en la Boqueria los puestos que venden zumos de fruta en vasos de plástico para los turistas, pero Matilde Alsina me dice que eso es en la entrada, que dentro siguen estando las paradas de siempre: “con un producto fresco de primera a precios, a menudo, mejores que los de las grandes superficies”.

Con la competencia en precio de las grandes superficies y un público con menos tiempo para la compra y más comodón, el futuro de los mercados es incierto. Yo soy uno de los que, por la prisa y para comprar todo de una tacada cada quince días, cargo el coche en un hipermercado. Pero si cada vez somos más conscientes de la importancia de una dieta saludable y una agricultura y ganadería sostenibles, debemos volver a los mercados porque allí está la gente que más sabe de alimentos frescos y de productos de proximidad. Quizá el futuro de los mercados esté en especializarse en productos ecológicos con la garantía y confianza que te da que quien te vende la comida que vas a poner en la mesa de tu casa no es el código de barras del escáner de la caja de una gran superficie sino una persona de oficio.