Claro. Ahora lo más sencillo es rajar de esta ciudad. Claro. Como si de una última excrecencia de la crisis se tratase, como un exutorio estival que ayude a conjurar la amenaza de un agosto purulento, lo fácil, lo que está de moda, es decir que Barcelona se ha vuelto un lugar inhabitable.

Por nadar contracorriente, por un afán de porfiar, en un ejercicio de resistencia aun a sabiendas de que pueda resultar banal, voy a dedicar estas líneas a hablar bien de Barcelona, asunto que, déjame decirlo de paso, debería ocuparnos a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

Como si se tratara de ofrecerle a un turista o a un pariente que nos visita por primera vez la imagen más favorable de nuestro territorio urbano, vaya este intento de hacer algo edificante, en medio de tanto malestar.

  • Hablar bien de Barcelona significa no poner de relieve que se ha convertido en un lugar donde, permíteme la reiteración, el lugareño es maltratado por las autoridades, a mayor gloria del guiri, cualesquiera sean su origen, condición y comportamiento.
  • Hablar bien de Barcelona es rechazar la acusación de gentrificación que pesa con justicia sobre la actual gestión municipal y sobre las anteriores.
  • Hablar bien de Barcelona es ignorar que para poder comer y beber ya no digamos bien, sino tan sólo dignamente, tenemos que abonar cifras por las que en otros lugares no muy lejanos nos colmarían de manjares; y que aparte de rompernos el presupuesto, nos atienden como si estuviésemos molestando o nos hicieran un favor.
  • Hablar bien de Barcelona es, por supuesto, no analizar la labor de las llamadas fuerzas de seguridad, siempre más dispuestas a ponernos una multa por una falta de circulación que por preservar a locales y visitantes de los hurtos y robos de una creciente legión de chorizos de poca o mucha monta (por no hablar de que cada vez es más probable que nos suelten un mandoble o nos empapelen por «faltar el respeto a la autoridad»).
  • Hablar bien de Barcelona consiste también en no mirar el penoso estado de sus playas ahora que el calor aprieta y los guiris llegan en tropel, mientras ejércitos de vendedores ambulantes nos privan del silencio y del consiguiente descanso.
  • Hablar bien de Barcelona, a ver si haces el esfuerzo, conlleva evitar cualquier comentario sobre lo engorroso de su circulación —sobre todo los accesos— en horas punta, en especial en las semanas últimas, cuando las huelgas del metro y del taxi han contribuido lo suyo a la alegría y el bienestar generales.
  • Hablar bien de Barcelona es, para qué nos vamos a andar con chiquitas, negar directamente que se ha creado una burbuja inmobiliaria en base a pisos realquilados para el turista, con lo que los precios y las fianzas para los lugareños se han convertido en imposibles.
  • Hablar bien de Barcelona es, querido conciudadano, renunciar a cualquier ejercicio de nostalgia para recordar que no hace tanto, tal vez veinte o treinta años, este lugar no era el patio de juegos de hordas de borrachos visitantes de fin de semana, sino un rincón tranquilo en el que burbujeaba la vida barrial, florecía el comercio pequeño y dormíamos con cierta placidez incluso en los pisos del Gòtic.

Así que hala, vamos, deja ya de reproducir una imagen lamentable de nuestra ciudad y ponte a trabajar para venderla como es debido.