En el barrio de la Prosperitat, en el distrito de Nou Barris, desde hace unos meses para acá, está creciendo el enfrentamiento vecinal alrededor de la instalación de un oratorio musulmán en la calle Japón. Hablamos de uno de los barrios con más diversidad cultural de Barcelona, con tan solo 12.000 de sus poco más de 26.000 habitantes, nacidos fuera de la capital catalana. Unas 5.500 personas proceden de algún país extranjero y cerca de 8.000 se han establecido tras migrar del resto de España. Un barrio donde podemos cristalizar la amplia diversidad de eso que muchas personas llaman “la identidad catalana”.

En efecto, si algo ha sido siempre Catalunya, y Barcelona especialmente, es un territorio por donde históricamente se han asentado comunidades con procedencias muy diversas. Muchos hemos venido de fuera a trabajar y tratar de buscar la prosperidad en un lugar dinámico, acogedor y heterogéneo que solo en determinados momentos entra en disputa, habitualmente con algún que otro grupo interesado en incendiar la convivencia. Cuentan numerosos colectivos de la Prospe que desde antes del verano una serie de grupos de carácter xenófobo y racista lleva semana tras semana repartiendo propaganda contra la instalación del oratorio, fomentando caceroladas, haciendo pintadas y saboteando la puerta del local, mientras se han llevado a cabo las obras de adaptación. Acciones que invitan al enfrentamiento y la exclusión de quienes son considerados una amenaza por tener un credo religioso distinto al hegemónico, incitadas por personas en muchas veces ajenas al barrio, con un especial interés político por generar odio sobre las comunidades minoritarias.

Tras los atentados terroristas de Las Ramblas y Cambrils del pasado agosto, los principales medios de comunicación se graduaron en postverdades interesadas acerca del antes, durante y después de la lamentable efeméride. En la memoria nos queda la insufrible manipulación informativa con claras intenciones políticas para redirigir la atención hacia el problema nacional que están escenificando los gobiernos español y catalán. Pero también, difícil de olvidar han sido las innumerables intervenciones de tertulianos de carácter siencdótico emparentando Islam y violencia terrorista, fomentando el rechazo del todo por la parte, incitando a la exclusión de las comunidades musulmanas, como si el mundo musulmán fuese sinónimo de DAESH, de la misma manera que no hace mucho se hacía con Euskadi y ETA o como hoy se está haciendo con Catalunya y Puigdemont o España y Rajoy y el Rey.

Afortunadamente, en la manifestación llevada a cabo en Barcelona para mostrar el rechazo a los atentados y la solidaridad con las víctimas, el clima imperante no fue el del rechazo al Islam. Más bien se produjo una explosión de protesta ante la hipocresía gubernamental alrededor de la venta de armas a Estados que fomentan el terrorismo y una oposición clara a la guerra como estrategia de combate al fanatismo. El discurso mediático principal se centró, sin embargo, en la presencia de esteladas y en una supuesta rentabilización nacionalista de la movilización. Me cuentan mis amigas que asistieron que la presencia de banderas no era lo más vistoso desde dentro y que, en todo caso, hubo una amplia diversidad de las mismas, con referencias a Catalunya, a España y a una infinidad de países también. Pero gran parte de la prensa y de los principales partidos políticos decidieron que aquello fue un acto casi de propaganda sediciosa.

Hemos llegado a un momento en el que parece que se ha hecho evidente que hay ciertos sectores de la sociedad y la política especialmente interesados en la sordera y en la generación de odios identitarios. Una patología alimentada desde posiciones que remiten a la lógica machista de enfrentarse por ver quién la tiene más grande y digerida por quienes son unos verdaderos apasionados de la uniformidad y el desprecio a la diversidad. A pie de barrio, de escalera o de plaza, las familias tienden a convivir generalmente en paz y a mezclarse sin miedo, independiente de su origen o apego identitario. Dialogan, se ayudan y se protegen mientras otros tapan sus vergüenzas empujando al rechazo al ajeno. En la Prospe, unos fanáticos de pacotilla, pero el otro día vimos a un auténtico aparato estatal enviando a sus fuerzas de orden a aporrear gente inocente y pacífica ante muchos colegios de la ciudad. El odio y la justificación de la violencia desde la soberbia política y cultural no traerá otra cosa que la fractura definitiva de la convivencia. Es hora de hablar.