Hace aproximadamente diez meses las portadas de los periódicos y telenoticias abrían sus titulares con enfrentamientos entre la policía y los miembros del Bank Expropiat, en el corazón de la Vila de Gràcia. Durante unas semanas se sucedieron las protestas vecinales por el desalojo del centro social que se fundó tras el 15M en una antigua sucursal de la rescatada Catalunya Caixa (por más de 12.000 millones de euros y hace poco vendida por 1.165 al BBVA). El local llevaba vacío un tiempo. Tras el rescate financiero se creó la SAREB, el ‘banco malo’, para administrar los activos tóxicos de las cajas de ahorro rescatadas. La SAREB vendió este local a un fondo de inversiones dentro de un paquete con varios inmuebles más. Durante este tiempo, un colectivo de vecinos y vecinas de la Vila acondicionaron el local para prestar servicios al barrio. Entre ellos, l’oficina d’habitatge, con un gran reconocimiento popular. Las protestas de hace un año aún resuenan y fueron foco mediático más allá de Catalunya. Hoy el local permanece sellado y el Bank Expropiat sigue actuando en una red de colectivos vecinales con cada vez más presencia en la Vila.

Mucho se ha hablado sobre lo que sucedió entonces, con los enfrentamientos entre la policía y las personas que defendieron al Bank. Pero aún, creo, necesitamos pensar un poco más acerca de los motivos que impulsaron el nacimiento de este colectivo, el contexto social en el que se inserta y algunas de las características más significativas de Gracia como conjunto urbano inserto en los conflictos globales de la ciudad.

El territorio medio

Barcelona fue distribuida en diez distritos administrativos en 1984. Los límites de estos distritos se establecieron siguiendo lógicas históricas, demográficas y urbanísticas, sobre todo. Todos hacen frontera con el mar o con algún municipio del área metropolitana menos uno, el distrito 6, Gracia, que se encuentra anclado en el ecuador de la ciudad, rodeado de ella por todos los costados. Además de estar en el eje geográfico, también ocupa los lugares medios respecto a los niveles de renta de Barcelona. Sus barrios, aunque con pronunciadas desigualdades internas, coinciden en circundar la zona media del ranking de rentas de la ciudad. Pero, al margen de esta estandarización económica de las familias del distrito, se diferencian sustancialmente respecto de su urbanismo, su tejido social y cultural, su movilidad, o sus principales retos vecinales. El distrito medio de la ciudad es capaz de sintetizar dentro de su territorio las típicas distancias que se reproducen en la heterogeneidad urbana de Barcelona, una ciudad que es capaz de ser a la vez escaparate como cuarto trastero, concentra en sus distritos discontinuidades que, en el caso de Gracia, ejemplifican muy bien buena parte de los principales desafíos de la capital catalana.

El núcleo del distrito es la Vila de Gràcia, escenario de la confrontación que trascendió mediáticamente el ámbito local el año pasado. La Vila es un barrio referencial en la ciudad, caracterizado por un urbanismo pueblerino, de calles estrechas y edificios de pocas plantas, con una tradición cultural arraigada a la vecindad y una extensa red de colectivos y entidades destinadas a “hacer barrio”. Desde instituciones centenarias como Lluïsos o l’Orfeó Gracienc a enclaves comunitarios históricos como La Violeta, además de una tradición genuina en el sentimiento de pertenencia de sus vecinos y vecinas y un orgullo de barrio envidiable. Desde hace unos años (más de una década, de hecho), la Vila ha experimentado un evidente proceso de elitización o encarecimiento acelerado de las condiciones de vida para residir o abrir un negocio allá. Los precios del alquiler de viviendas en los últimos dos años han subido más que durante los últimos dos antes de que saltara por los aires la burbuja financiera a finales de 2007.

A este extraño fenómeno en tiempos de crisis está contribuyendo determinantemente la presión turística. Hoy en día, casi el 75% de las plazas turísticas de Gracia son ofertadas por apartamentos turísticos, de los cuales, sobre el 40% son ilegales. La cultura tradicional y el entorno urbano de la Vila la convirtieron en un atractivo de la ciudad, un icono más de su marca y, con ello, la presión de la demanda de vivienda se aceleró mientras la oferta se ha ido reduciendo. Este proceso conllevó el alza de precios durante la primera década de los 2000, pero ahora, la sustitución masiva de viviendas por establecimientos de alojamiento turístico está ahogando definitivamente la oferta e insuflando los precios a niveles jamás alcanzados.

La periferia del escaparate

Como un efecto dominó, los barrios colindantes llevan unos años recibiendo población rebotada por la imposibilidad de quedarse a vivir en la Vila. El barrio del Coll, situado entre las colinas de los parques Güell y de la Creueta, caracterizado por una población mayoritariamente inmigrada durante los años sesenta y, por tanto, hoy en día más bien envejecida, recibe familias jóvenes de la Vila en sus escarpadas calles, empujando a otras hacia el Carmel y la Taixonera, ya en el distrito de Horta. También sucede en Vallcarca, un barrio popular hasta la década pasada que fue arrasado por una modificación del Plan General Metropolitano para facilitar la construcción de edificios de viviendas para poderes adquisitivos altos. En este caso, la transformación de sus residencias consitió en un plan confeccionado a medida de la especulación inmobiliaria que incentivó la compra masiva de terrenos por parte un par de empresarios del sector, entre ellos Josep Lluís Núñez, que acabó por demoler buena parte de las antiguas casas del barrio. Hoy en día, el núcleo histórico es un compendio de descampados y edificios abandonados por sus propietarios. Situación que ha movilizado a la comunidad jóven (y no tanto ya) de Vallcarca, en un movimiento popular en defensa del barrio que es vanguardia entre los colectivos de resistencia vecinales de la Barcelona del siglo XXI.

El distrito lo complementan los barrios de la Salut, Penitents y Camp d’en Grassot. Los dos primeros, comunidades residenciales sin a penas espacios y equipamientos públicos o red comercial de proximidad. Son barrios profundamente atravesados por su estratégico enclave en la ciudad, cerca del Park Güell y en la zona media de la urbe.  Han crecido más recientemente, con precios también al alza y sin apenas vinculaciones comunitarias entre sus residentes. El Camp d’en Grassot es más bien el trozo de l’Eixample situado en el distrito de Gracia. Reproduce el mismo trazado urbano y padece de dificultades similares a las del resto de este conjunto: densificación de tráfico, espacios públicos restringidos, proliferación de los apartamentos turísticos, envejecimiento poblacional y transformación comercial dirigida a una población bienestante y al visitante.

Gracia, ¿hacia dónde vas?

Gracia, el distrito ecuatorial de la ciudad, el que recoge las rentas y familias profesionales medias dentro del entramado social de Barcelona, sintetiza buena parte de los retos que afronta una ciudad cuyo motor económico ha girado desde la industria a su tercialización y, más concretamente, hacia la dependencia de su proyección internacional. El principal derivado de esta fórmula ha sido la precarización de las condiciones de vida para los segmentos jóvenes y medios de la población. A nivel barrial, esto se traduce en las fuerzas especulativas que imposibilitan la reproducción de muchas comunidades de vecinos debido a su diáspora más allá del barrio donde han crecido. Es justamente este motivo uno de los principales que impulsaron la creación del Bank Expropiat, una suerte de nuevo movimiento vecinal compuesto por los vecinos en riesgo de expulsión. Un movimiento renovado a través de la nueva politización surgida tras el 15M, ese que se niega a resignarse a que los lazos comunitarios, el bienestar social, las oportunidades democráticas o, simplemente, la “vida de barrio” quede supeditada a los grandes intereses especulativos en una ciudad que debe hoy definirse: o con sus barrios, o con “lo que decidan por ahí”.