Cerca de donde vivo, entre Barcelona y L'Hospitalet hay una de tantas plazas de la ciudad que aprovechan las intersecciones entre calles, donde no cabe otro edificio, para colocar un par de bancos y un columpio y hacerse pasar por espacio público. En esta plaza, los niños acostumbran a usar los bancos como mini porterías de fútbol, los adolescentes los muros para formar corrillos de tertulia, los adultos pasean a sus perros en los parterres de sus lindes, los abuelos, ligeramente apartados de la escena, se reúnen en los bancos periféricos y las abuelas pasean alrededor con rumbos erráticos. Cerca hay una escuela con un patio cerrado por las tardes y un poco más lejos, un centro cívico pequeño donde imparten cursos y poco más. La escuela y el centro están profesionalizados: están gestionados, una por profesores y, el otro, por una empresa. Ambos comparten límites en horarios, usos y perfiles; la plazoleta, en cambio, es un escenario que se ordena en su uso cotidiano, espontáneo, transversal y flexible, sujeto a cambios y reinvenciones, a pesar de su precariedad. Por una parte están los equipamientos y espacios pensados para compartimentar la ciudad y por otra los que sirven para acercar a la vecindad alrededor de la idea de comunidad.

Pensando el espacio público desde las reivindicaciones vecinales

Como hay ocasiones en las que me dedico a pasatiempos un tanto freaks, por defecto profesional del sociólogo, hace unos meses, tras el proceso de confección de los Planes de Acción de cada uno de los distritos de Barcelona, me puse a examinar las demandas de las asociaciones vecinales de la ciudad. Curioseaba en busca de una lógica que pudiese ayudar a entender la amplia diversidad de insuficiencias urbanas que hoy en día plantea la sociedad civil barcelonesa a través de los colectivos con más tradición en la custodia y dinamización de los barrios. Como es tradicional, buena parte de las quejas e ideas giraban alrededor de cuestiones urbanísticas, otras sobre la gestión institucional de la Administración en servicios públicos o atención al ciudadano, limpieza, ordenación del turismo, dificultades de acceso a la vivienda, etc.

Un capítulo que me llamó especialmente la atención fue el de los equipamientos de la ciudad. Hilando las ideas y cuestionamientos que plantean las asociaciones sobre la red de equipamientos de todo tipo hoy vigente en Barcelona es fácil caer en la cuenta de los retos urbanos que presenta la gestión de la ciudad europea del siglo XXI. En un contexto de crecimiento de las desigualdades, precarización laboral y clara orientación del modelo europeo de desarrollo hacia la economía especulativa, Barcelona ha sido hasta la fecha un modelo para las ciudades del sur de Europa que se han querido “poner guapas”, dejando a un lado la cohesión social de su ciudadanía.

Desigualdad, asistencialismo, privatización y descohesión social

Desde hace décadas proliferan los parques y plazas valladas con diseños basados en el adorno y las arquitecturas tendientes a las megalomanías. El Parc Central del Poblenou, el Fòrum, la plaza de la Fira Gran Vía, en la Marina, Lesseps,… Espacios públicos pensados para la vistosidad y con escasa inquietud por su función comunitaria. Plazas y parques que apenas tienen siquiera espacios deportivos accesibles que puedan reunir a la juventud de los barrios. Se acostumbra a dar la paradoja que, mientras que muchos de estos nuevos espacios adolecen de densidad social, plazoletas que existen casi de rebote se convierten en espacios repletos de vida. De igual manera, equipamientos de ciudad como el Museu del Disseny, el CCCB, el Port Vell, o el Castell de Montjuïc, etc., son espacios desligados totalmente de los usos vecinales de su alrededor, espacios que dificultan la colonización de la trama urbana en ellos, que conforman más bien discontinuidades.

También hay discontinuidades entre los equipamientos educativos, culturales y comunitarios. Acostumbran a no establecer planificaciones conjuntas y generalmente se desperdician potencialidades educativas que podrían surgir de una amplia red que entienda el proceso de aprendizaje más allá de las aulas. Pero capítulo aparte merecen los centros de atención a la dependencia, tanto en la infancia (escoles bressol), como los que se encargan de los mayores (residencias, centros de día…). En esto la hegemonía la tiene claramente la gestión privada y las listas de espera son enormes a la hora de acceder a los centros públicos. La idea extendida es que en términos de cuidados, si se tienen recursos, no hay problema, pero si no, más vale disponer de una red familiar amplia.

En una ciudad que es cada vez más desigual, ni los espacios públicos ni los equipamientos están pensados para ayudar a construir la cohesión social que cada día se deteriora más por culpa de políticas claramente dirigidas hacia la especulación urbana. Tenemos una Barcelona con espacios sociales que llevan tiempo tendiendo a la privatización y servicios públicos sustentados sobre la asistencia a quienes no pueden acceder a los privados y así es complicado revertir la erosión comunitaria que sufre la ciudad. Cada vez más, vemos a nuestros vecinos como extraños por culpa de la discontinuidad cada día mas amplia entre los espacios privados y los públicos, y por un urbanismo que busca más plusvalías que justicia espacial.

Equipar la ciudad para una vida urbana inclusiva

Si partimos de un escenario en los vecinos de la ciudad cada vez tienen menos espacios para construir espontáneamente comunidad, lo lógico sería buscar formas para reinventar la red de equipamientos y espacios públicos pensando en la inclusión ciudadana. Vivimos en una trayectoria en la que se acelera la exclusión y la compartimentación del espacio urbano, con sumas regulaciones y mercantilizaciones de lo público en la mayoría de las ciudades europeas. Quizás sería una buena idea empezar a pensar la ciudad en sí como el gran equipamiento que brinda a su vecindad la protección y las oportunidades para desarrollar el potencial comunitario del que dispone y el que se pueda imaginar. Reconstruir el espacio social desandando el camino del “¿cuánto cuesta eso?” para recorrer el del “¿cómo podemos cohesionar nuestra ciudad?”