Nos encontramos en pleno verano. El calor del asfalto se expande e incendia nuestra piel con el mismo aliento que el napalm. Esa época del año en la que el cuñado de turno que se sienta a tu lado en el trabajo suelta la típica de: “¿No lo oléis?, ¿Nadie lo huele? ¡Aquí huele a vacaciones!”. Matamos por un tinto de verano y todo nuestro vocabulario se convierte en diminutivo, como chiringuito, clarita, playita y… terracita.

Amigas, amigos; la actividad de disfrutar de una maravillosa tarde de verano en una terraza, también conocida como terraceo, es la afición preferida en esta época del año. Pero cualquier terraza no nos sirve. Ésta debe tener buenas vistas, ha de correr la brisa y, por supuesto, con espacios de sol para los lagartos y sombra para los sabios. Desde aquí, quiero alzar un grito al cielo acompañado de un golpe en la barra, para romper con esta sobrevalorada afición:

CARO: Parece obvio, pero uno no se da cuenta hasta que le traen la dolorosa. La obsesión por encontrar la esquinita perfecta, esa que se convierte en un desfile de gente guapa y en la que tú y tus colegas os comunicáis con una simple mirada y una leve sonrisa mientras dais sorbitos a vuestro Switchel. Cuando toca sacar la cartera es cuando nos ponemos las manos en la cabeza y encendemos el modo: "qué poca vergüenza, menudo robo, yo aquí no vuelvo", que si tal o pascual... Pero una vez levantamos el trasero de la silla, nos olvidamos de todo. Cuando esto sucede en la terraza de un hotel, lo primero que nos pasa por la mente es lanzarnos al vacío. 

¿COMER? NO, GRACIAS: Comer en una terraza es de las cosas más horteras del universo. Y no me refiero a picar unas patatitas o un poco de ensaladilla mientras te tomas unas cañas. Hablo de comer, comer. Mesa vestida con su mantel, entrante, plato principal, café y postre si se tercia. En serio, ¿Es necesario que la procesión de turistas pase a menos de medio metro de mi pizza cuatro estaciones? Las vacaciones son para estar relajado, disfrutando de buena compañía y conversaciones superficiales entre amigos.  No para tener que prestar más atención a un niño hiperestimulado que corretea como un pollo sin cabeza vestido con bermudas y menorquinas, dispuesto a derramarte la copa de lambrusco por encima de tu impecable polo Lacoste. 

SERVICIO DE RIESGO: Los camareros de terraza son peores que los picas (también denominados friegaplatos) filipinos. Tienen muy mala hostia. Se podría decir que están hechos de otra pasta. Son más rudos, bordes y están curtidos en años de experiencia a sus espaldas. Pueden atender al mismo tiempo a una familia de turistas húngaros y un grupo de jóvenes que están de after bebiendo cerveza y haciendo viajes al baño, sin mostrar ni una pizca de debilidad o descontrol.

No están para tonterías y cada uno de sus pasos, desde la barra hasta tu mesa, vale oro. Así que para disminuir el riesgo de que esta especie de camarero eyacule en tu cañita bien tirada, ten en cuenta los siguientes aspectos:

  • Asume el liderazgo de la mesa por el bien de todos y sintetiza al máximo la comanda. Como marques una pausa de más de 2 segundos, la has cagado.
  • Ni se te ocurra juntar dos mesas. Y mucho menos sin preguntar. Éstas son el bien más preciado de una terraza durante el verano. No seas tan loqui. 
  • Si te ha gustado este deporte de riesgo y quieres volver, deja propina. En caso contrario corre; corre mucho y no mires atrás. Nunca más. 

SILLAS METÁLICAS = MUERTE: Huye de las terrazas con mesas y sillas metálicas. Sentarse en ellas es lo más parecido a sentirte como ganado, usando la técnica del herrado caliente para dejarte la huella del verano y un bonito recuerdo de las vacaciones. Decídete por las de plástico de toda la vida. Con suerte te librarás de la silla tullida y la mesa estará calzada para evitar el tembleque provocado por un suelo mal asfaltado. 

SOL O SOMBRA: ¿Sombra? Espera que me río. Olvídate de ella, la sombra no existe. Las sombrillas están simplemente para hacer bonito y vestir la terraza con patrocinios. Punto pelota. Encontrar la sombra en las terrazas de bar durante el verano, es como divisar un oasis en el desierto y, a pesar de que no hay ninguna ley escrita sobre quien tiene prioridad ante ella, las madres con cochecito de bebé ganan siempre. No le deseo ni a mi peor enemigo comer un pincho de tortilla bajo un sol infernal, mientras se queda ciego por culpa del reflejo del sol a través del cristal de la copa de cerveza, que más bien sabe a meado de burra que a zumo de cebada. 

Amigas, amigos; no hay nada más bonito y placentero que disfrutar de una cerveza bien fría en la barra de un bar. Siendo atendido por camareros simpáticos que trabajan con aire acondicionado, pagando lo que viene a ser normal por una caña y sin el riesgo de padecer quemaduras de tercer grado.