Hay un fenómeno particular de España respecto la mayoría de países europeos que acostumbra a pasar desapercibido. Es uno de esos fenómenos que son desechados de esa etiqueta que quieren llamar la Marca España, como la tolerancia o la laboriosidad endémica de un pueblo acostumbrado a convivir en los espacios públicos y a trabajar a destajo para poder sobrevivir en un país profundamente desigual. De entre estos hechos diferenciales, quiero referirme al movimiento vecinal.

Curiosamente, la mayoría de los países europeos tienen a una sociedad civil más organizada en torno a sectores culturales, económicos, religiosos, políticos, etc. La autoorganización civil entorno a los barrios es una dimensión que es autóctona de los distintos territorios del Estado Español y, en la cual, Barcelona representa un contexto referencial. Este fenómeno tiene un origen histórico muy concreto: la ley de asociaciones del gobierno tardo-franquista. Hasta la fecha, las únicas asociaciones permitidas eran las creadas por la Dictadura o íntimamente ligadas ella. Pero las organizaciones de resistencia clandestinas durante los años sesenta y setenta no paraban de proliferar. El movimiento obrero creaba sus sindicatos al margen de la ley, las personas comenzaban a reunirse a escondidas tanto para organizar fiestas o actos culturales, como para llevar a cabo acciones de resistencia, en muchas ocasiones impulsadas incluso por sacerdotes con fuerte consciencia social.

La industrialización de las ciudades y el desamparo de las regiones rurales provocó entonces un auge migratorio que superpobló las capitales, especialmente Barcelona y Madrid. La ineficiencia del Régimen desatendió las necesidades básicas de una población cada vez más hacinada en barrios en los que los vecinos sobrevivían en una cotidianidad que se iba autoorganizando en la penumbra de un contexto político dictatorial, ineficaz y anacrónico. Surgieron las asociaciones de vecinos y, con ellas, la constatación de la capacidad de la sociedad civil para tomar la iniciativa política en comunidad.

Fueron las hijas y los hijos de las familias trabajadoras de la postguerra los que, más que atemorizarse por un pasado sangriento y amedrentarse por un presente autoritario y excluyente, pensaron en un futuro en el que pintaran algo. Estas personas fundaron y encabezaron el movimiento vecinal, actor principal del enfrentamiento directo con el Régimen en Barcelona. Fueron las necesidades comunitarias arraigadas a los barrios, pensarse a sí mismos como miembros de un cuerpo más allá del de uno mismo y del origen familiar del que se proceda, lo que impulsó un movimiento que es el responsable en esta ciudad de ese epitafio tan famoso: “el dictador murió en la cama pero la dictadura en la calle”.

Barcelona desarrolló uno de los movimientos vecinales más dinámicos y vanguardistas de Europa

Barcelona desarrolló uno de los movimientos vecinales más dinámicos y vanguardistas de Europa, responsable también de las mejoras urbanísticas de los barrios, sobre todo por su capacidad para frenar y revertir grandes proyectos especulativos. Hay un buen saco de victorias vecinales históricas, como l’Espanya Industrial, la Vía 0 de Gràcia, aquella gran avenida que hubiese partido el barrio en dos, el Ateneu de Nou Barris, la Farinera del Clot, etc. Pero el desgaste, la desindustrialización de la ciudad, la captación institucional de buena parte de sus cuadros o los cambios demográficos fueron vaciando las asociaciones. Y luego llegó el año 1992, el pistoletazo de salida de la carrera internacional de Barcelona, su reorientación definitiva hacia el sector servicios, la deslocalización de empresas, dispersión poblacional, etc. Y con ello, un movimiento vecinal que se acercaba a la cuarentena, pareció pasar a ocupar un rol más bien secundario, si no terciario, en la historia viva de la ciudad.

Pero luego llegó la gran crisis y, con ella, la estocada a las oportunidades de prosperidad para las generaciones jóvenes y la desesperanza para las familias trabajadoras. Alrededor de la vivienda y el empleo están surgiendo desde la explosión del 15M, numerosos y nutridos colectivos vecinales destinados a ejercer la resistencia ante una oleada de precariedad estructural que, en Barcelona, se agrava por la vorágine de la gentrificación urbana. La tercialización como derivado de la turistificación y la deslocalización de industrias ha empobrecido las condiciones de empleo y la proyección internacional de la ciudad está desorbitando los precios de las viviendas, desplazando a la población hacia el extrarradio.

Pareciera como si de la ineficacia de las instituciones para afrontar la crisis hubiese impulsado a los excluidos por ella de nuevo a la autoorganización de la sociedad civil alrededor de los barrios. Proliferan iniciativas innovadoras como los sindicatos de arrendatarios, las asambleas de apoyo mutuo, las plataformas de afectados por las hipotecas, las cooperativas de vivienda, las kelis, etc. Nuevas organizaciones en red, dinámicas, menos estructuradas comienzan a expandirse por los barrios de la ciudad, redes heterogéneas aún en proceso de crecimiento que vuelven a plantar cara a los desequilibrios urbanos. Quizás, tras un impasse alimentado por la hegemonía neoliberal instalada en la práctica política municipal y en la forma de entender el mundo de una ciudadanía cebada durante la burbuja inmobiliaria, el movimiento vecinal esté volviendo a tomar protagonismo en un momento de transición de nuestro sistema socioeconómico hacia no se sabe aún donde. La historia nos suena, aunque los actores y escenario hayan cambiado, una historia de reconstrucción comunitaria que parece que ha vuelto a empezar.