Había una vez un palacete rodeado de jardines versallescos. Sus promotores lo dedicaron a Isaac Albéniz, con la idea de abrir un museo de la música. Antes, lo ocuparon reyes. Después, grandes personalidades del mundo de la política y de la cultura. Mientras tanto (sábados, domingos y festivos por la mañana) el pueblo llano, pero sólo los verdes aledaños.

Dentro, este edificio (de un lujo subliminal), guarda tesoros reservados a unos pocos. Salvo un día al año, con motivo de las fiestas de la Mercè. Eso sí, hay que armarse de paciencia. Sorprende la sucesión de salones dedicados, entre otros, a Ramon Casas o decorados con tapices inspirados en Goya. Y, en la entrada, unas pinturas de Salvador Dalí (encargadas con motivo de la ampliación del edificio en 1970). Llegados a este punto, detengámonos un momento. 

Es una obra-tributo a la ciudad de Barcelona y aparecen —en los cuatro ángulos de las columnas del vestíbulo— los siguientes personajes: Cristóbal Colón, Ramon Llull, Miguel de Cervantes y Joan Margall (a quien, por cierto, están dedicados los jardines exteriores). En resumen, una joya totalmente oculta al ciudadano. Desde aquí, y con humildad, pediría a la concejalía de cultura que facilitase el disfrute de este trabajo daliniano en Barcelona. Sobre todo, cuando no disponemos por aquí de mucha obra del artista. Hay que desplazarse a Figueres. Algo, por otro lado, totalmente recomendable. 

Es probable que me deje alguna, pero el MNAC (justo al lado del palacete) cuenta con tres cuadros: Retrat de Joan Maria Torres (1921), el interesantísimo y descriptivo Retrat del meu pare (1925) —existe un dibujo preparatorio del lienzo que se encuentra en el almacén— o el impresionante Naixement d’una deessa (1960). También hay sendas piezas en la Fundació Fran Daurel del Poble Espanyol o en la Fundació Suñol del Paseo de Gracia. Todas pueden ser admiradas por el visitante, salvo la del Palauet Albéniz (edificio que depende de una institución pública).

Ahora que el ampurdanés más universal está siendo objeto de estudio, no por cuestiones artísticas precisamente, quizás sería el momento de replantearse si vale la pena tener “enterrada” una obra del genio en plena montaña de Montjuïc. Sra. Colau, por favor, abra las puertas del palacio y permítanos gozar de ella. Asumiremos el riesgo de padecer los primeros síntomas del síndrome de Stendhal. No se preocupe por ello. ¡Dalí en Comú ya!