“Hay una razón de por qué las cosas son así.”
Drácula

El pasado viernes no me podía creer lo que estaba pasando. A las once menos cuarto de la noche todavía estábamos esperando el inicio de un concierto múltiple anunciado a las 21h a bombo y platillo y, claro, nos fuimos con la música a otra parte. Los tres grupos que tenían que actuar a 8 euros la entrada llevaban dos horas y pico probando sonido y nadie organizaba aquello para que empezaran. No, no estaba el jefe, Bernat, ni nadie capaz de darle una explicación a nadie, el chaval de la puerta –un tierno estudiante de música del Taller de Músics que ayudaba haciendo de taquillero by the face- sonreía cómo podía a los que entrábamos y salíamos, asombrados, y los músicos disimulaban como podían su consternación, “menos mal que mañana actuamos en otro lado”, dijeron unos. 

El local que dio la nota de este modo absurdo se llama Nota79 y está en Vallirana, 79. Desde fuera, parece un concesionario reconvertido en lo que ellos, pero alguien les habrá dado licencia para organizar conciertos de música en vivo porque en su Facebook se denominan ufanos “la nueva sala de música en vivo de Barcelona”, y qué sé yo… Vivas eran las increpaciones porque profesional, lo que se dice profesional, no había nadie, ni el camarero. Vaya plan.

De camino de regreso a la maravillosa inauguración del fanzine Pencilvania Blood & News #1 que habíamos abandonado por el concierto y que aún seguía en marcha en El Diluvio Universal tuvimos tiempo para pensar, debatir y que se nos pasara el alucine, y a la hora de las conclusiones decidí que merecía la pena hablar con los principales artífices de la programación de música en vivo verdadera y solvente e interesarme por su situación.

Es desolador. Sin dar nombres, os avanzo que algunos no tienen licencia para actuar por lentitud burocrática, otros hacen lo que pueden de manera alternativa y libre porque si atendieran a las normas oficiales bajarían persiana y los más están sencillamente indignados de que se den licencias de música en vivo sólo a locales masivos que lo que programan es lo menos cultural que uno puede encontrar en Barcelona. Algo así como que mandan los que tienen buen talonario, se respira tras charlar un rato, tanto para quedarse con las pocas licencias disponibles como para afrontar las multas, con un par, pues hecha la ley hecha la trampa. 

Sí. A veces hay grandes superficies de entretenimiento que contemplan la multa como parte de los gastos y tan campantes, por lo visto sale a cuenta y tan amigos del ayuntamiento. Mientras, otros aplican la taquilla inversa y se hacen amar por excelentes e impecablemente ejecutadas programaciones de poesía y otras actuaciones “menos decibélicas”, como es el caso del Ateneu Rosa de Foc, en el carrer del Robí, 5 de la Vila de Gràcia.

Las licencias no se conceden por méritos culturales, se podría deducir. ¿Será que se compran? Mi recorrido de datos concretos con nombre y apellidos es aún más desolador, si cabe: el Heliogàbal no espera antes de fin de año noticias para adecentar su situación de “licencia pendiente”. Vaya. Este icónico local tiene una trayectoria de 20 años y fue premiado por el Ayuntamiento, pero se da la circunstancia de que no tiene desde hace meses licencia para hacer precisamente lo que llevó al ayuntamiento a enorgullecerse de su labor hasta el punto de darles el premi Ciutat de Barcelona 2012 en la categoría de música por ser “un espai de creació de referència, motor i punt de trobada de l’escena musical catalana”. 

Los punts de trobada se están yendo al garete. Sí, puedes ser motor fundamental pero eso no es garantía de nada, algo así como que puedes ser un muy buen profesional de lo que sea pero luego todo dependerá del dedo decisivo de alguien al tun-tún… Menos mal que locales como el Ateneu Rosa de Foc no están muy pendientes de los dedos tuntuneros, como los muchísimos amigos del Heliogábal, por suerte, y menos mal sobre todo que hay siempre más pasión y ganas en la música en vivo que en los despachos de los que deciden estos asuntos. Aunque parezca que lo que quieren es que las pocas salas de música en vivo cierren y haya paellas precongeladas musicales en todos lados… 

Pero no está todo perdido. De vez en cuando respiramos cultural y musicalmente gracias al ingenio y paciencia de los pequeños locales que siguen y siguen con cariño, mano izquierda y muchas ganas. Esto último de lo de las ganas es el caso del Bar Grog, inaugurado hace poco en Torrent de l’olla 134 a pesar del mal panorama que reina. Desde el mismo día de su inauguración, el Grog cuenta con una programación regular de música de músicos de veras, de calle y de nivel, conocidos y desconocidos por descubrir, vivos, auténtico, que emocionan primero a los programadores y luego al público.

Ahí, en este local que está recuperando el amor de los del barrio porque es un local amable y al que puedes acudir solo sabiendo que encontrarás más conocidos que turistas, me cuenta Aina March, entre risas, que hace poco a una bailarina de tango que actuaba en la calle le requisó el ayuntamiento los zapatos por ser “su instrumento de trabajo”, y descalza se marchó a casa la muchacha.

En fin, los conciertos del Grog son memorables, este viernes actúa Mónica Oca, su concierto se programa muy tempranito para evitar multas y a un volumen que, lástima, hará que desde la tercera fila apenas se pueda escuchar la música, pero es lo que hay y será más íntimo… Sí. Se podría ayudar desde el ayuntamiento dando facilidades para insonorizar de verdad en vez de dar facilidades para bajar la persiana, pero eso… Eso sucederá, quizás, el día que se den cuenta de que como sigan así la calidad de la música en vivo de Barcelona dejará de ser un referente de la ciudad y pasará a ser lo que vivimos el viernes consternadas: el oportunismo de programar sin tomárselo profesionalmente, la falta de profesionalidad y seriedad. Porque tener o no tener licencia ya no es serio, señores, pero qué más da si en su conjunto todo esto parece una broma.