No es la cantidad. Como cada año, y como en cada manifestación, baile de cifras sobre los asistentes. Un millón o 350 mil personas, según a quién le preguntes. Así como hay ciegos que logran ver nítidamente, tampoco hace falta ser ciego para estar ciego. A vista de humano que sólo quiere ver para después analizar y opinar con humildad (la objetividad no existe, a no ser que uno decida dejar de ser sujeto), mucha gente. O por lo menos, la suficiente para que nadie con un mínimo de inteligencia crea que ignorando la presencia (causa y mensaje) de la multitud (una parte importante de la sociedad) el problema desaparece. 

Es la calidad. Pese al aparente clima de desobediencia y desconexión, Mariano Rajoy no podrá decir que su propósito de ayer no fue acatado por todos los catalanes: "Por una Diada de libertad, convivencia y respeto para todos los catalanes. Feliz día". Sean un millón o trescientas mil personas, el minuto de silencio en recuerdo por las víctimas del atentado terrorista del pasado 17-A fue ensordecedor. Pese a las ansias que parecen advertirse en algunos medios de comunicación estatal para que la violencia y agresividad asalte al movimiento independentista, la marcha sigue siendo absolutamente pacífica, cívica, respetuosa, alegre y familiar. Y no es que la falta de incidentes sea sólo un mérito, es que es precisamente y principalmente su máxima victoria: se han hecho suyos los principales valores éticos y morales. Cualquier escenificación (respuesta) por parte del gobierno español y quienes lo apoyen para acallar tal reclamo, hoy por hoy, se antojará antiestética (antidemocrática). 

Los que desobedecieron el protocolo de la camiseta. Por primera vez, la t-shirt de la ANC estaba hecha en Catalunya (más concretamente en Mataró). Ahora a los organizadores sólo les falta conseguir un tejido orgánico (sostenible) y elegir un color que no dañe la retina del que la advierte (sensibilidad estética). En teoría, las instrucciones de la ANC habían sido que los asistentes se enfundaran la camiseta verde lima o amarillo fluorescente (habría que tomar un Pantone para aclararnos) al paso de las lonas. Ya fuera porque a nadie le apetecía hacer un topless en mitad de Passeig de Gràcia o soportar semejante tarde de calor vestido como una cebolla (a capas), los manifestantes desobedecieron y empezaron a practicar su propia independencia: la mayoría venían con ella de casa. Carles Puigdemont, que aguantó estoicamente toda la tarde con la americana abrochada, y Carme Forcadell fueron algunas de las autoridades que prescindieron de utilizar la prenda de poliéster. La presidenta del Parlament acudió a la marcha con una camiseta de rayas blancas y negras. Tal elección indumentaria no sé cómo valorarla, si como una provocación, una imprudencia o una traición del subconsciente...    

Contraprogramando. Pese al eclipse mediático de la Diada del Sí, otras imágenes de otros actos y celebraciones de la jornada consiguieron acaparar cierta atención. "España, desde su indisoluble unidad, hoy más inquebrantable que nunca, atesora en su seno la gran riqueza de su diversidad", decía el tuit que lanzó el Ministerio de Defensa para animar la festividad catalana. Para ilustrar la afirmación, Mª Dolores de Cospedal -aún con vestido, perfectamente mimetizada con los soldados- pasando revista a las tropas. Visualmente (ni intelectualmente), la uniformidad (defensa de una idea u objetivo único) jamás ha servido para proyectar "diversidad" (pluralidad estética y/o ideológica).

¿Urna o talle bajo? Albert Rivera, con una camisa rosa, demostró que él también está sudando la camiseta para que no se celebre el 1-O. Si comparábamos las manchas bajo las axilas con el otro gran "camachito" de la política, mucho más que Pablo Iglesias. Sin embargo, la que se acabó convirtiendo en la instantánea del día fue la protagonizada por el consejero de Podem y responsable de comunicación en el área de Cultura (sí, Cultura). Al inclinarse para depositar la ofrenda floral al monumento a Rafael Casanova, Alberto Quiñones enseñó toda la urna.