Ni el paro, ni el tráfico, ni la inseguridad ciudadana, ni la huelga del metro, ni la suciedad en las calles, ni la corrupción política. El turismo se ha convertido en el gran problema de Barcelona, según el último barómetro municipal. En plena campaña de desprestigio de la industria turística, activada por el poderoso aparato de propaganda del Ayuntamiento, Colau ha encontrado el enemigo ideal para justificar su turismofobia.

El actual gobierno, incapaz de resolver los problemas reales de la ciudad, se siente cómodo en el conflicto. En la ofensa permanente. En la descalificación con medias verdades. En la manipulación. El lunes (26 de junio), el Ayuntamiento activó todos sus resortes para denunciar las prácticas ilegales de un ex directivo de Airbnb. La teniente de alcalde, Janet Sanz, cargaba contra la multinacional y, de paso, demonizaba todo el turismo, cuya industria supone el 20% del PIB de Barcelona.

Las campañas contra el turismo se han multiplicado y han subido de tono en las últimas semanas, con graves insultos, recogidos por la prensa internacional, a los miles de ciudadanos extranjeros que visitan cada año la capital catalana. Barcelona, la misma ciudad que no hace tanto tiempo presumía de su talante acogedor y cosmopolita, figura hoy en el deleznable ranking de las ciudades que peor reciben a sus visitantes. Las campañas que comienzan en la plaza Sant Jaume tienen continuidad en las calles de Gràcia o Ciutat Vella con total impunidad.

Barcelona debe replantearse y regular el actual modelo turístico, cuya problemática ha magnificado el gobierno de la ciudad. El consistorio debería buscar soluciones y convocar a todos los agentes implicados, desde los hoteleros a los vecinos pasando por los comercios, para terminar con la especulación inmobiliaria y alcanzar un pacto satisfactorio. En juego está una buena convivencia y mucho dinero. Colau no puede moverse únicamente por intereses ideológicos.