Este país es producto de un buenismo ingenuo arraigado en la izquierda y de una picaresca ancestral que abarca cualquier rincón ideológico, no solo la derecha. Probablemente, ha llegado el momento de dar un paso al frente y hablar claro para denunciar situaciones que benefician tanto a los pillastres como a grandes empresarios sin escrúpulos, pero que tienen graves consecuencias para el bienestar común. Me refiero a cuestiones que tienen mucho que ver con una ciudad como Barcelona y con la industria turística.

He leído que el Ayuntamiento ha puesto en marcha un plan de inspección de los establecimientos que se anuncian como panaderías, pero que en realidad son bares o restaurantes que eluden sus convenios y sus impuestos.

Es un claro ejemplo de lo que la ciudad debe rechazar: donde antes había oficinas bancarias nos encontramos ahora con centenares de locales para comer productos baratos, hechos a base de harina, atractivos para el peor turismo y que incluso eluden los requisitos legales para ejercer su actividad.

La inspección de Trabajo también debería entrar allí donde se sospecha que hay personal que no está dado de alta en la Seguridad Social o que lo está por menos horas de las que trabaja o que lo hace en categorías inferiores. Es una forma de hacer justicia social, además de profesionalizar y modernizar los sectores productivos.

Sería doblemente beneficioso en los negocios relacionados con el turismo porque mejoraría la calidad de la oferta, que por contra perdería algo de competitividad en la carrera por captar low cost, esos visitantes que vienen a celebrar despedidas de soltero o los grupos que acuden a la Sagrada Familia adornados con sombreros cordobeses y de mariachis.

Puede que insistir en el cumplimiento de la ley provoque el cierre de algún establecimiento que en buena lid es inviable y que subsiste a base de salarios bajos, elusión del pago de las cotizaciones sociales y una oferta de productos de descarte. Una forma de hundir Barcelona en el mismo pozo en que han caído tantas ciudades turiasfixiadas del mundo. Pero el esfuerzo merece la pena, porque de lo contrario Barcelona se convertirá en un lugar en el que ni esos mismos que poco a poco la machacan desearían vivir.